“Suárez se va, y el PCE regresa”, así señalaba en un artículo Enric Juliana - periodista de La Vanguardia - la gran movilización del 22 de marzo.
En estos días encuestas y medios de comunicación nos retrotraen a las campañas de la “pinza”, a las calificación de trasnochada política “comunista” de Izquierda Unida en el marco de la campaña de las elecciones europeas. La ofensiva de los medios de comunicación del sistema neoliberal no es nuevo. Por una parte se articula una ofensiva que ha sido reiterada a lo largo del SXX, rearticulada a partir de mediados de la primera década del XXI y que vive en estos momentos uno de sus puntos álgidos. Por otra parte se presentan en las pantallas nuevas izquierdas como si de un nuevo fenómeno se tratase. No tiene nada de novedoso y en nuestro país ha tenido, según periodos, varios protagonistas desde la caída del bloque socialista. El fundamento de tales “nuevas izquierdas” es la negación, en primera instancia, del papel como sujeto de cambio político y social - léase cambio revolucionario - de la clase obrera y de las formas de articulación de la misma en organizaciones obreras de carácter urbano. Según los novísimos representes de la izquierda dicho papel de cambio debe ser realizado por una “intelectualidad” y el estudiantado precariado. Se oponen a los “valores” de la sociedad neoliberal y se pronuncian contra la administración y la burocracia pero sin realizar distinción cualitativa entre el capitalismo y socialismo.
Bajo este marco de análisis el materialismo de raigambre marxista estaría no sólo anticuado, sino superado por una combinación de elementos de la filosofía clásica alemana (Feuerbach y la sociedad del amor) y de la sociología neoliberal que niega el análisis de clases como elemento no sólo de carácter social-productivo sino como elemento nuclear del conflicto en las sociedades políticas modernas. Su centro de operaciones, en el lado occidental del muro, ha sido encarnado y financiado por la Fundación Friedrich Ebert del SPD, bien hablando de “procesos autonómicos”, bien recordando viejas amistades como la de Willy Brandt. Las autodenominadas nuevas izquierdas hacen juego “objetivamente” bajo la suerte un estético radicalismo a la reacción y las fuerzas motoras del capital para articular las contramedidas a la influencia creciente de las organizaciones de carácter democrático y obrero. Lo dejaba claro días atrás el “Marqués del Pedroso de Lara”, máximo accionista del Sabadell, del grupo Planeta, Atresmedia (A3, la Sexta) y La Razón: “Lo que hago es decirle al jefe de informativos ´Quiero que hagas esto. ¿Estás de acuerdo?´ y a partir de aquí que lo haga él”.
Sin embargo la historia no transcurre por donde unos la esperan, al igual que la presa no surge donde el cazador la desea, decía Wenceslao Roces. El 22M ha venido a cristalizar una realidad largo tiempo anunciada. Nos encontramos con movilizaciones con un fuerte núcleo obrero, aunque aún incipiente. Una movilización que se sustentó en la articulación de todo un conjunto social surgido en los siete años de crisis. Pero sin duda, el elemento más interesante de estas movilizaciones es el de “sujeto político de cambio”. Al igual que tras la segunda guerra mundial el protagonista del cambio social era los centros fabriles de trabajo articulados en el marco sindical, tras la caída del bloque socialista (la crisis de la plataforma objetiva del moviendo obrero internacional) se abrió el melón de la identificación del nuevo sujeto político. Unos negaban la existencia del mismo y otros, en busca del grial, lo identificaban el los movimientos sociales heterogéneos - tanto por su mundividencia como por su orientación política - y, los más atrevidos, en la Universidad.
Vivimos una profunda transformación del sujeto político y social, frente a la homogeneización de la ciudad y el punto y final de aquello que se llamó “márketing de ciudades”, el barrio retoma la centralidad de la movilización y del conflicto, en una suerte de nuevo sindicalismo urbano donde convergen las luchas sociolaborales con las reivindicaciones territoriales y sectoriales (frente a las privatizaciones, deshaucios, etc…). Estos fenómenos sociales están sustituyendo a la tecnocracia universitaria que ocupó el vacio ideológico de una izquierda huérfana en el 91 y la eclosión de los todólogos en las tómbolas políticas del Marqués. Pero no está desplazando sólo a tahures universitarios, sino también a estratos medios (por usar la fórmula de Marx) por la importancia de nuevas capas asalariadas, mayoritarias en los barrios y periferias de las grandes ciudades de nuestro país. Se está produciendo la reunificación de lo que sectorialmente se a puesto en movimiento y que no es otra cosa que la articulación del obrero tradicional con los nuevos asalariados fruto de las profundas transformaciones productivas de los años noventa (el paso, aún no finalizado, de un modelo productivo mecanizado al automatizado). Hemos de recordar una cuestión fundamental, el sujeto de cambio político y social no lo es en tanto a su voluntad de “poder” o de “empoderamiento”, sino en relación al lugar que ocupa en las relaciones de producción. Y a eso hace referencia “Izquierda Unida”, no ya por las voluntades de unión de las distintas autodenominadas izquierdas - definidas o indefinidas - sino en la identificación y en la unión de esos dos sectores que suponen el vector de movilización y conflicto y la piedra angular para el proceso de transformación política, social y productiva.
Por qué será que las nuevas izquierdas siempre actúan como las viejas socialdemocracias.