lunes, 7 de julio de 2008

La Antipsiquiatría como ideología (I)

por Carlos González Penalva

Realizar un breve comentario sobre ese movimiento que ha venido denominándose antipsiquiátrico en un artículo de estas características resulta tarea arduo complicada, máxime cuando se constituye de un conglomerado de ideologías complejas y de muy distinto orden. Por ello, pendiente de un estudio colectivo y más desarrollado, huirémos aquí de la exposición descriptiva y doxográfica. Podríamos definir estas palabras como conspectivas, que buscan abrir el campo y construir una nueva realidad sobre el tema de cara a nuestra actividad política e intelectual, fundamentalemente en una comunidad – Asturias - que, teniendo menos de un millón de habiantes, consume más de dos millones de antidepresivos al año. Tal fenómeno exige, cuanto menos, una somera reflexión. Presentamos, por lo tanto, una pequeña guía problemática, crítica (en tanto que clasifica y distingue) que pueda ofrecer al lector unos ejes cardinales que bien puedan ser abordados con mayor profundidad que los que aquí se van a exponer. El desarrollo de este escrito será, pues, el de una dialéctica circular, cada paso que se de será una rectificación de otras alternativas que proceden de sus propios resultados pues estos son, de entre las alternativas posibles, los que nos obligan a darlo. Se busca por lo tanto, realizar una “media entre el mapa y el terreno”.

Perspectiva Histórica de la antipsiquiatría

En la mayoría de los textos, entrevistas y declaraciones a las que hemos podido acceder suele fijarse la eclosión doctrinal de la antipsiquiatría con la publicación de la obra de Cooper en 1967 Psiquiatría y antipsiquiatría. Si bien puede aceptarse que la denominación de antipsiquiatría como homogeneizadora de la corriente es atribuible a Cooper, cuesta mucho más fijarlo como origen de ella. Es decir, si bien el término conforma una amalgama de experiencias y propuestas en torno a la psiquiatría, el nominalismo no supone ni constituye las realidades, los fenómenos, que desembocan en ella y mucho menos da debida cuenta de su origen. Para evitar caer en la trampa de las palabras, en un nominalismo vulgar, deberemos intentar trazar y distinguir los distintos procesos que confluyen y constituyen la antipsiquiatría con el fin de construir un mapa medianamente claro que nos facilite el análisis.

El movimiento antipsiquiátrico supone la unificación nominal por confluencia - errónea, como veremos más adelante - de diversos procesos históricos, disciplinares, políticos, ideológicos, económicos o productivos que difícilmente pueden considerarse comunes salvo grosso modo. Los diversos procesos que confluyen en la antipsiquiatría a los que haremos referencia, podrían estereotiparse en dos grandes grupos, sin perjuicio de que en cada uno de ellos pudiera exigir una subcatalogación y que, además, ninguno de estos pueda considerase como categoría pura. Se trata construcciones complejas y susceptibles de ser cruzadas. Los dos grandes grupos (procesos constituyentes de la antipsiquiatría) que se presentan a continuación debieran considerarse como los elementos fundamentales de una tabla periódica de la antipsiquiatría. Por otra parte, esta clasificación estaría realizada al margen de las voluntades de quienes lo componen. No estarían enclasados tanto por lo que manifiestan sino más bien por lo que hacen, por su raigambre sociológica y su relación en los procesos de producción y desarrollo de la psiquiatría y las relaciones de esta con las realidades políticas, sociales y productivas con las que se ven coordinadas.

Primer Proceso Constituyente. Este primer proceso constituyente sería de carácter interno, gremial y disciplinar. Estaría constituido por los propios científicos y profesionales de la psiquiatría así como las disciplinas relacionadas con ésta como pueden ser la biología, la bioquímica, la psicología, etc... Hay que tener en cuenta dos aspectos fundamentales que terminan por cristalizar a finales de la década de los años cincuenta y principios de los sesenta que tienen que ver fundamentalmente, por una parte, con la ciencia como fuerza productiva y, por otra, con el papel de los científicos o profesionales de las ciencias en las relaciones de producción. El científico, el profesional de las ciencias, ha cambiado sustancialmente tras la Segunda Guerra Mundial. No se trata ya del genio ermitaño que, sentado a la sombra de un árbol o en el oscuro onanismo de las probetas, es alumbrado por las musas y declara su aportación a la acumulación y desarrollo del saber de la humanidad. En la guerra mundial aparecen fundamentalmente ligados al desarrollo de las tecnologías productivas y armamentísticas en los tres bloques hegemónicos de la contienda (Unión Soviética, Alemania y Estados Unidos). La ciencia se muestra y conforma como fuerza productiva ligada a los estados (políticas científicas) y a sus intereses nacionales sean estos políticos, sociales o productivos (o todos ellos a la vez).

Como bien señalaba Carlos París: "La ciencia deja de ser el empeño de una minoría más o menos desarraigada para constituir la actividad institucionalizada de un sector crecientemente numeroso de la población activa. Su función e imagen se alteran decisivamente. Independientemente de la conciencia que los científicos se forjen de su propia labor y misión, la ciencia se impone como algo determinante de la vida humana y como un factor que interviene decisivamente en el conflicto social en una doble vertiente: conflicto entre clases y conflicto entre estados nacionales. Tal reorganización de la actividad científica podría resumirse en:
  • La integración de la actividad del científico investigador no ya en la genérica comunidad científica, sino en una muy concreta y visible colectividad, físicamente unida y sometida a un disciplinado régimen de trabajo. Se cifra en una quinta parte de la población activa la población activa dedicada a tareas de investigación. Es una inmersión en la masa y la organización que nos recuerda al perfil del trabajador rural cuando se convirtió en proletario.
  • La expropiación del medio de trabajo en ciertos sectores. La subordinación de los medios de fabricación, instrumentos por razones financieras a instituciones económicas, militares y estatales que determinan la iniciativa y destino final de la producción científica.
  • División y especialización del trabajo. Análogamente al modo en el que Marx hablo de la aparición del trabajador colectivo, subsume en su totalidad la actividad de los trabajadores individuales a través del trabajo en serie y cuyo superior rendimiento se apropia el empresario. Podríamos señalar así la aparición del investigador colectivo, del cual el investigador individual es solo una pieza y que, a veces, en la práctica de este, se reduce a recogida de materiales y datos elaborables a niveles jerárquicos superiores. La aparición, pues, del trabajador científico como asalariado."
En este contexto, además, se produce la reorganización ideológica del mito de la raza que se daba antes de la guerra en el mito ideológico de la ciencia y la eclosión de una corriente basada en la genética que en 1975 se denominará como sociobiología (reducción de las conductas sociales a fenómenos biológicos, fundamentalmente genéticos). En el ámbito de la psiquiatría se produce un fenómeno similar al de la sociobiología en lo que se denomina como biopsiquiatría o psiquiatría biológica. En reacción a los postulados, aplicaciones y prácticas que, relacionados a los desarrollos de la biología en la psiquiatría, se constituye un movimiento contra la hegemonía ideológica presente en la psiquiatría. Así se constituiría, internamente a la psiquiatría, un primer proceso constituyente de lo que conformará la antipsiquiatría. Rechazan en lo fundamental la conversión de la psiquiaría en una práctica medicofarmacológica, la reducción biologicista de la psiquiatría. Las condiciones biológicas condicionan pero no determinan, sino que estaría actuando sobre las diversas patologías factores de carácter ambiental.

Segundo proceso constituyente. Este segundo grupo comprendería dos tendencias exógenas a la psiguiatría como disciplina científica, pero relacionadas con las prácticas psiquiatrícas (crítica a la medicalización por sus consecuencias sociales, las prácticas de los centros psiquiátricos, etc...). Tras la segunda guerra mundial, en la década de los cincuenta y sesenta se produce un fenómeno de expansión de los postulados socialistas a través de dos espacios, el de las instituciones políticas y sus representantes (los partidos comunistas gozan de amplia representatividad política y social) y a nivel popular en la lucha por las libertades ciudadanas. En el desarrollo de la antipsiquiatría deben tenerse en cuenta estas dos tendencias, las relacionadas con las plataformas políticas y el caso de 68 francés. Este segundo proceso constituyente de la antipsiquiatría no es de carácter homogéneo ni mucho menos y es necesario establecer distinciones en su seno relacionados con sus orígenes, sus propuestas y sus objetivos finales. El fundamento común es la valoración que hacen de la práctica de la medicalización psiquiátrica y de los usos de los internamientos psiquiátricos pero cuya distinción fundamental se ve apuntalada, primero, por el análisis de la función de estas prácticas y al sujeto al que va dirigido, segundo, con la solución que se propone al fenómeno que una determinada corriente hegemónica (la psiquiatría biológica) hace de la psiquiatría. En virtud de ello las clasificaríamos entre posiciones individualistas y posiciones colectivistas.

En cuanto a la función de la psiquiatría ambas perspectivas coincidirían en la valoración de su papel represor pues la reclusión psiquiátrica es el paradigma de una represión legitimada por el saber-poder psiquiátrico. Los problemas psiquiátricos no tendrían que ver ya con lo orgánico sino con la relación entre el sujeto y su entorno (laboral, social, familiar, etc...). No se niega la existencia de la enfermedad mental, sino que se matiza y señala que gran parte de ellas tendría que ver más bien con una “enfermedad institucional”, con las propias estructuras del Estado. El internamiento psiquiárico supondría, desde estas perspectivas, la apropiación de la actividad del individuo, de su espacio y de su tiempo originando así alienación legal al expropiarse los derechos civiles más básicos a los internados. Sin embargo, entre las posiciones que podríamos denominar como colectivistas y entre las individualistas mediaría una diferencia esencial que tiene que ver con la propia idea de sujeto y su relación con la sociedad. Desde las posiciones colectivistas, arraigadas principalmente en las estructuras tradicionales del movimiento obrero (partidos comunistas, sindicatos) el fenómeno de la psiquiatría hegemónica está vinculado naturalmente a las estructuras del Estado y al modelo de producción capitalista. El análisis que se realiza desde coordenadas colectivistas tiene que ver con la función de las instituciones psiquiátricas en las relaciones de producción (así como de otras como pueda ser la industria del consumo), en la alienación de los trabajadores y en la consecución del control social de los ciudadanos. De esta forma, el sujeto no tendría entidad en si mismo sino en tanto que pieza de un colectivo, definido por su papel en el modelo de producción capitalista (trabajador, asalariado, proletario) cuya fuerza de trabajo es controlada ya no solo a través de la expropiación de su fuerza trabajo, sino también como fuerza motriz para la transformación de esta sociedad hacia otro modelo político, social y productivo. Así, muchas de las “patologías” catalogadas como enfermedades mentales no tendrían nada que ver con cuestiones orgánicas, biológicas, sino que son consecuencia de la explotación capitalista a la que se ven sometidos los trabajadores. La psiquiatría en su vertiente medicalizadora, no sería distinta de otras estructuras del Estado en tanto a su función social alienadora y represora. De tal análisis derivan sus objetivos. No se trataría tanto, de modificar la propia estructura de la psiquiatría y sus instituciones, como de cambiar la estructura que genera esa práctica psiquiatrica, cambiar el modelo de producción para terminar con esas situaciones catalogadas como patologías. Esta perspectiva reivindicaba tras de si diversas experiencias por las cuales el socialismo, como superación del capitalismo, habría demostrado sus tesis y eficacia. En la URSS se había iniciado el proceso de desinstitucionalización de las estructuras psiquiátricas (que ideológicamente pretendía demostrar que muchas de las llamadas patologías eran endémicas del capitalismo) y que se vio detenido por Stalin. En Cuba, en 1959 con el triunfo de la Revolución Cubana se nombra Director del antiguo Hospital de Dementes de Cuba (Mazorra) al Doctor Eduardo B. Ordaz Ducungé quien junto a un grupo de colaboradores cambió la concepción sobre los enfermos mentales. Convierte el hospital psiquiátrico, con un Servicio de Terapia Ocupacional y Rehabilitación, dotado de amplias y confortables naves talleres, en las cuales los pacientes – orientados por terapeutas- realizan distintas actividades de acuerdo con el nivel de rehabilitación en que se hallan ubicados y el perfil ocupacional diseñado por un estudio multidisciplinario de las capacidades reales y potenciales del enfermo, vocación, etc. Se crea, por otra parte el Sistema Nacional de Salud sistema único e integral y el Ministerio de Salud Pública como requisito indispensable para el establecer y controlar los aspectos normativos y metodológicos vinculados con la promoción, prevención y recuperación de la salud, la formación, perfeccionamiento, y superación de los recursos humanos. Se creó el Subsistema de Salud Mental que enmarca todas las actividades relacionadas con la Psiquiatría y la Salud mental y se crearon el grupo nacional y provincial de Salud Mental.

Por otra parte, las posiciones de carácter individualista compartirían el enfoque sobre el papel de la psiquiatría, la medicalización de la sociedad y las instituciones psiquiátricas, sin embargo, difieren radicalmente en los objetivos como consecuencia de la concepción de sujeto que se estaría barajando, El sujeto se concebiría como una individualidad relacionada con otras, condicionada por ellas pero con entidad propia y distinta. Se trataría de una perspectiva esencialista del sujeto donde lo que predomina es el YO enajenado de demás estructuras sociales, políticas, económicas y productivas. Tanto la medicalización como las instituciones psiquiátricas serían estructuras enajenadoras del YO (de clara influencia kantiana). Así, muchas patologías sería resultado del propio internamiento psiquiátrico y no el tratamiento para ellas. El internamiento, en lugar de tratar patologías generaría enfermos crónicos dependientes al apropiarse del propio desarrollo y actividad del sujeto y enajenándolo de si mismo (enfoque que se plasma en Alguien voló sobre el nido del cuco) a través de prácticas como electroshock, privaciones (sensoriales), lobotomía, etc... Así, sus objetivos y soluciones para el mismo problema, estarían en las propias instituciones psiquiátricas y no tanto en la base y superestructura del la sociedad. Así, se plantean la reforma integral del tratamiento psiquiátrico que inhibe el desarrollo del sujeto por otro modelo de reinserción y terapia local y comunitaria. Si se considera que el ambiente psiquiátrico no es terapéutico sino que más bien induce nuevas patologías, es preciso terminar con dicho ambiente.. Si la esquizofrenia tiene su origen en las relaciones familiares contradictorias (como señalaba R. Laing) ¿qué sentido tiene el internamiento para su tratamiento? Y si acaso, el tratamiento fuera efectivo en ese contexto ¿será igualmente válido cuando sea reinsertado en el ambiente perturbador?. Además de la perspectiva de cierre de los Hospitales psiquiátricos, si bien es necesario, exige el planteamiento de nuevas terapias de carácter social y comunitario, fundamentalmente orientadas a la sustitución de la psiquiatría por la psicología de diversa índole (social, relacional, comunitaria, familiar). Existen diversas experiencias enmarcadas (pero no reducidas) en esta perspectiva. Muchas de ellas en Estados Unidos a través de “consejos”, “apoyo social”, “grupos de autoayuda”, “intervención en crisis” muy vinculadas a los movimientos contraculturales, hippies que, en algunas ocasiones, terminaron por reproducir, sin la presencia de psicólogos, la más perniciosa de las psicolgizaciones, convirtiéndose en producto de consumo tan rentable económicamente como inocuos políticamente. Además, se propondrá la reforma arquitectónica de los Hospitales Psiquiátricos a través de reagrupaciones de internos, “comunidades terapéuticas”. Así mismo se habren las puertas de los Hospitales Psiquiátricos (open doors) y se crean nuevas instituciones antipsiquiátricas como la Philadelphia Association (iniciativa de Cooper) y se funda el Kingsey Hall en pisos y caserones (centros psicosociales).

En consecuencia el proceso de constitución del movimiento antipsiquiátrico resulta bastante difícil, salvo por solidaridad frente a terceros, considerar que pueda tratarse de un grupo homogéneo con planteamientos y objetivos comunes. Como señalábamos confluyen en él posturas propias del gremio de profesionales científicos de la psiquiatría con otras perspectivas sociales y políticas. Es decir, desde esta perspectiva, es imposible mantener la tesis de la unidad en el ámbito de la antipsiquiatría. De hecho, tal principio de unidad ni siquiera puede considerarse dado en el terreno de la psiquiatría ya que esta estaría constituida por diversas corrientes opuestas, las más de veces, entre si. Cabría hablar así, de psiquiatrías, en plural, con diferentes presupuestos doctrinarios de entre los cuales habría una tendencia hegemónica (psiquiatría biológica) en su seno y cuyo éxito estaría asentado, fundamentalmente, en haberse cubierto bajo el manto de la “neutralidad científica”. En el ámbito de la psiquiatría cabría plantearse si tal corriente es verdaderamente científica o si por el contrario, a través de un reduccionismo biologiscista, estaríamos hablando de una ideología imperante en el terreno de la disciplina psiquiátrica. La biopsiquiatría estaría operando como una pseudociencia al incorporar, por una parte, toda una gama de denominadas patologías en un mismo espectro. Por otra parte, por la reducción de que toda patología es de carácter biológico sobre lo cual se fundamenta el principio de medicalización social. Sin embargo, en el caso del trastorno depresivo, es difícilmente demostrable la posibilidad de ejercitar el reduccionismo biológico. Según las estadísticas - y el parámetro de lo que es considerado como trastorno depresivo - el 80% de las cajeras de supermercado sufre baja por depresión. Según la biopsiquiatría cabría deducir la tendencia que ciertas personas, poder determinante biológico, tendrían de ir a parar con sus huesos a la caja de un supermercado, pero en ningún caso plantea la relación de las condiciones de trabajo con el desarrollo de trastornos de carácter depresivo. Es decir, si bien no pueden ignorarse los condicionamientos biológicos en el desarrollo de cierto tipo de enfermedades y trastornos, tan solo deben considerarse como eso, condicionantes, dado que la manifestación tiene más que ver con contextos de carácter ambiental que lo biológicos. Por otra parte, el elemento unificador que se denomina como antipsiquiatría tendría que ver más con su oposición a la psiquiatría imperante que a una unidad de presupuestos, objetivos y soluciones.

Corolario. 

Como hemos venido apuntando a lo largo de este texto, la apropiación disciplinaria (la disciplina y sus instituciones relacionadas) se encontraría ligada estructuralmente al origen de la antipsiquiatría. Sin embargo, para poder realizar un análisis riguroso de los contenidos de la antipsiquiatría que se establezca a una escala no metafísica, que nos permita permita dar cuenta su la alcance en el terreno político, de los movimientos sociales, la negación inicial en la que ponemos el punto de partida que la antipsiquiatría ha tenido respecto de la “psiquiatría convencional” (convencional en tanto que supone la hegemonía de una determinada escuela o corriente psiquiátrica sobre las demás, en este caso la psiquiatría biológica o biopsiquiatría) es preciso regresar mucho más atrás del lugar en el que se dirimen las oposiciones entre los conservadores psiquiatricos (o convencionalistas) y los llamados progresistas (antipsiquiatricos).

Es necesario regresar a la representación del espacio en el que se desenvuelve, en tanto que totalidad ideológica y que comprende, en su ejercicio, multitud de partes socializadas (grupos, clases, instituciones, naciones, etc...) en las cuales tal totalidad pueda considerarse re-partida (territorial, políticamente e institucionalmente, enfrentada con otros grupos, naciones, etc...). Dicho de otro modo, la psiquiatría no tiene como correlato una “entidad originaria” que pudieramos poner en “el principio de la historia de la disciplina”. La psiquiatría, generalmente entendida, supone una totalización (tomar la parte por el todo), confusa y muy poco distinta en cuanto a sus partes. La “totalidad ideal” de la psiquiatría es una construcción llevada a cabo desde alguna parte de esa totalidad que ha conseguido dotarse de la fuerza suficiente para enfrentarse a todas las demás partes. A esta parte, a la cual se oponen las antipsiquiatrías, está hegemonizada por la psiquiatría biológica o biopsiquiatría. Tampoco debe suponerse a priori que esta capacidad “imperialista” solo pueda corresponder a una única parte y no a más de una simultáneamente.

Como apuntábamos, resulta necesario introducir la idea de “apropiación originaria” como orientación fundamental en el seno de la psiquiatría. La importancia de esta concepción de apropiación es el momento en el que se introducen las relaciones entre el paso de apropiación a la propiedad y este paso tiene lugar, precisamente, a través del Estado. La apropiación, en el terreno de la psiquiatría, se manifiesta como apropiación institucional de las estructuras relacionadas con la psiquiatría. Pero tal apropiación, origen de la “propiedad de la disciplina” tan solo puede darse a través del Estado ya que éste es el fundamento por el cual la “mera apropiación” se convierte en “propiedad” en sentido jurídico. Sólo a través de él la psiquiatría puede ejecutar su voluntad legisladora. Y esta propiedad institucional es siempre una relación particular (privada), sin perjuicio de que un Estado pueda mantener también propiedades particulares públicas. La apropiación, la “propiedad” de la psiquiatría biológica sobre la disciplina psiquiátrica y las instituciones relacionadas con ella es “originaria” y es en este terreno donde la psiquiatría deja de poder ser considerada como una disciplina científica para tornar en ideología. El Estado interviene en los años 60 en el proceso de reorganización de la disciplina y de las instituciones psiquiátricas (ver legislación española de los 80 referida a las enfermedades mentales, centros psiquiátricos, manicomios, etc...). Pero, siendo dialécticos, el Estado ¿no ha “expropiado” del terreno de la psiquiatría a los demás grupos sociales, clases que podían ocupar posiciones dominantes, no ha hecho una apropiación de aspectos y espacios que podían haber sido objeto de otras sociedades políticas? Tan solo desde esta perspectiva, desde el marco de la dialéctica de clases propia del materialismo clásico, y reincorporando la dialéctica de estados, de sociedades políticas, podemos hablar de la psiquiatría y por ende de la antipsiquiatría. Tan solo, a nuestro juicio, a través de esta dialéctica, la antipsiquiartía alcanzaría su significado histórico y no meramente sociológico.

El fenómeno de las antipsiquiatrías ha servido para desvelar una serie de contradicciones e ideologías dominantes en el terreno de las psiquiatrías que deben ser incorporadas a todo análisis riguroso. Fundamentalemente ha demostrado que muchos de los trastornos psicóticos son consecuencia de factores ambientales, sociales y no orgánicos, es decir, de la relación del sujeto con el entorno político, social y productivo. Por lo tanto, muchas de las propuestas para la resolución de tales trastornos son ineficaces en tanto que no se dirigen al origen y contexto del problema. Aún menos cuando se medicalizan a personas para solucionar un trastorno que no está en lo orgánico, sino en lo social. De este modo, la psiquiatría convencional estaría funcionando como una estructura de represión y control social de la ciudadanía con el fin de sostener la eutaxia social.

Sin embargo, una parte del movimiento antipsiquiátrico que ha sobrevivido hasta nuestros días junto a gran parte de sus propuestas a terminado por ser incorporado a la propia estructura que criticaba. La crítica de estos movimientos y su propuesta de reestructuración de los centros psiquiátricos ha sido utilizado como justificación para la reestructuración del sector y como afianzamiento de la biopsiquiatría. La confluencia de las tésis sobre la inefectividad de los centros psiquiatrícos como terapia de trastornos mentales sumada a las prácticas farmacológicas de la biopsiquiatría afianzó que el Estado abrazase una de las principales críticas y propuestas antipsiquiátricas: la reestructuración y cierre de los centros psiquiátricos y el cambio de paradigmas terapéuticos. El viejo tratamiento psiquiátrico resultaba mucho más caro que los modelos terapéuticos antipsiquiátricos, que aún sigue resultando caros con un novísismo y baratísmo tratamiento farmacológico. Si el trastorno es de carácter individual y relacionado con el entorno social, pero no con un problema estructural del modelo de producción, nos encontramos con la convergencia involuntaria de los antipsiquiátricos individualistas y la biopsiquiátria. El paciente será tratado individualmente en su casa, en su entorno familiar, y apoyado con fármacos. El Estado, de este modo, no se hace responsable de las consecuencias que el modelo estructural tiene sobre el individuo y se libera de una gran carga económica que suponían los Hospitales psiquiátricos. Así, se produce una mercantilización del trastorno mental, por una parte, privatizando este aspecto de la atención sanitaria y encubriendo este proceso con el discurso antipsiquiátrico de la ineficacia, inhumanidad y represivo que eran los tradicionales Hospitales Psiquiátricos, por la otra, permitiendo la intervención “humanitaria” de las farmacéuticas en el proceso de terapia. Se ha fomentado así el traspaso de la psiquiatría en psicología, se pasa de tratar “anormales” a atender a “todo el mundo” a través de la medicalización de la vida cotidiana como efecto de la psicologización de los procesos estructurales al trasladar el eje de gravitación de los problemas del sujeto como parte de una clase integrado en las relaciones de producción a individualizar e interiorizar el problema. Como señala Castel, (La gestión de los riesgos) la psiquiatría, al aplicarse a todos los sujetos de una sociead, acaba transformándose en una forma de control y gestión de aquellas poblaciones (inmigrantes o alcohólicos pero también determinados sectores de la producción sobreexplotados) que pudieses suponer un riesgo para el orden social establecido.

Si bien muchas de la propuestas antipsiquiátricas eran bien intencionadas, su excesiva tendencia al individualismo, su falta de perspectiva en la profundización de los problemas que se estaban tratando y las causas de estos así como su tendente gremialización alejándose de otras plataformas que pudieran haber sido solidarias, han terminado poor hacer de esta una ideología del sistema que envuelve y potencia lo que en otro tiempo se denunciaba.

Esto no impide, sin embargo, que ha día de hoy deban calibrarse y replantearse el rumbo de muchas de las cuestiones que se plantean en el marco de la antipsiquiatría, pero exige un cambio en la estrategia y en la propia táctica. Si bien deben plantearse con cierto rigor propuestas medias (vale, llamémoslo reformas) que permitan poner freno a la medicalización social (cómo puede ser que en una comunidad como Asturias con menos de un millón de habitantes se consuman más de dos millones de antidepresivos) nunca se debe perder el referente por el cual las posiciones dominantes en el seno de la psiquiatría no son más que una parte de una estructura mayor, global y compleja profundamente arraigada en las relaciones sociales de producción y en el propio modelo de producción imperante.

Cuestiones breves en torno a la vigencia del pensamiento filosófico-político de Gramsci.

«El punto de partida para la acción de los hombres es la realidad histórica concreta»
Antonio Gramsci es una de las figuras más relevantes de la cultura y la política italiana contemporánea. Sin embargo, la obra de Gramsci abandona el marco nacional italiano – aunque esté estrechamente ligada a éste – para convertirse en uno de los referentes fundamentales para cualquier estudio sistemático en torno a las relaciones que se establecen entre cultura, la práctica política y el papel de tales relaciones en la transformación económica, social y productiva de los países capitalistas “industrialmente avanzados”. Es, utilizando la clasificación de Perry Ánderson, el último exponente del llamado “marxismo de tercera generación” además de hallarse entre los teóricos marxistas más citados. Sus tesis se revindican con asiduidad como las más operativas para la actual fase del capitalismo en el marco de las llamadas “democracias avanzadas” (como se define a la Constitución Española en su preámbulo). Tras la crisis del socialismo realmente existente podemos considerar que las vías al socialismo en occidente planteadas por nuestro autor son, cuando menos, una alternativa a tener en consideración de entre las planteadas por los distintos – y a veces contrapuestos – desarrollos del marxismo desde sus orígenes hasta nuestros días.
El pensamiento gramsciano ha oscilado históricamente entre la admiración de aquellos que quieren ver en él una prueba de la solidez y fertilidad de una tradición que, lejos de languidecer, renace, y la de aquellos otros que creen que su intento no es más que la constatación de la agonía de un sistema filosófico trasnochado. Si bien creemos que la mayoría estarán de acuerdo en que Gramsci orienta y reorganiza algunas de las categorías fundamentales del materialismo marxista en una nueva dirección. Esto suscitará una problemática para discernir cuál es el contenido de tal novedad. Las fórmulas que tradicionalmente se han venido utilizado para determinar dónde reside esta importancia no dan cuenta siempre de la misma y, en muchos casos, son excesivamente estrechas y reduccionistas, muy por debajo de la magnitud de aquello que buscan aprehender.
La insuficiencia de las fórmulas que comúnmente han sido utilizadas para evaluar la obra de Gramsci procede, por un lado, de la voluntad de entender su pensamiento como una adición al cuadro general del materialismo histórico interpretando éste a través de una supuesta “línea tradicional”. Por lo tanto, esta adición sería explicada como una suerte de penetración o desarrollo de unos componentes subjetivos que tradicionalmente habrían sido desatendidos por el materialismo histórico a favor de otras interpretaciones más “científicas”, más objetivas – sean estas mecanicistas, sean estructuralistas – o bien, por otra parte, que tal “aportación” se centraría en el reconocimiento de las superestructuras – de las ideologías y de sus técnicos, es decir, de los “intelectuales”– en el proceso de la historia y de la práctica política1. Frecuentemente, la evaluación de las concepciones gramcianas sobre la importancia del papel histórico de las ideologías tenderá a ser explicada precisamente en el contexto de las “condiciones subjetivas” convirtiendo así a Gramsci en un teórico de aparato, del “maquiavelismo” leninista. Gramsci será, desde estas coordenadas, un ideólogo – en oposición al “científico” del materialismo estructuralista – del humanismo y del historicismo absoluto «entendidos ad hoc como incompatibles con una lectura científica del El Capital »2.
Este fenómeno se encuentra en gran medida determinado por el hecho de que la mayor parte de los escritos de nuestro autor fueron concebidos como una “primera aproximación” a los distintos temas que se proponía abordar con el fin de desarrollarlos posteriormente de forma más sistemática y concreta. Esta falta de sistematicidad en la elaboración de sus trabajos impediría, como señala Francisco Fdz. Buey «cualquier intento de hacer con su vida y con su obra, incluso como reacción ante el olvido, una hagiografía»3. Desde los “flecos” que se desprenderían de cada uno de los análisis esbozados por Gramsci sobre muy diversos temas se han derivado – entre aquellos que pretenden constituirse como fieles seguidores y guardianes del pensamiento gramsciano – multitud de corrientes interpretativas. La mayor parte de ellas o bien no pasan de ser una suerte de hermenéutica humanista que surgiría del ejercicio de una desconexión entre el utillaje conceptual desarrollado por el teórico y político italiano y el material sobre el que aplicaba las distintas ciencias políticas (es decir, los sujetos políticos, los sujetos de la praxis política) o bien el ejercicio de un pragmatismo respecto a las modas intelectuales del contexto en el que se desenvolvían. Entre el espectro de las distintas interpretaciones a las que hacemos referencia – y que probablemente debieran ser abordadas en mayor detalle, muy en particular las que se han dado en España – se encuentran aquellos que lo revindicaban desde una perspectiva oportunista que, desde posiciones contrapuestas, intentaban instrumentalizarlo para reforzar el contenido teórico de algunas de las estrategias políticas de aquel momento. Entre estas podemos mentar la utilización ad hoc que Santiago Carrillo hacía de Gramsci en su ya famoso libro-tesis “Eurocomunismo” y Estado (Ed. Crítica, Barcelona 1977) en el que se buscaba esbozar las líneas generales a través de las cuales el PCE debía marchar ante las nuevas condiciones sociopolíticas que se habrían en España. Pero, por otra parte, como bien señala José María Laso:
«[…] es curioso que el ex jefe del gobierno español, Felipe González, se haya decidido a participar en un congreso de estudios gramscianos que han organizado en Cagliari (Cerdeña) sus nuevos amigos del PDS. En todo caso, se puede pensar que el estrecho pragmatismo de González se sitúa en los antípodas del refinado pensamiento teórico de Gramsci. No es esa la situación del ex diputado socialista Ramón Vargas Machuca –que realizó su tesis doctoral sobre la obra de Gramsci– ni siquiera la de Alfonso Guerra, que supo utilizar el pensamiento gramsciano para, al menos, llevar a cabo la operación que Gramsci denominaba «transformismo». Es decir, la captación de dirigentes de los partidos adversarios, o competidores, para descabezarlos, como hizo el partido de los moderados con el Partido de Acción durante el “risorgimento” italiano»4
La consideración de la totalidad de la obra de Gramsci nos permite desbordar las miras de los temas concretos para descubrir tras ellos una particularidad que le diferencia de otros autores marxistas, que lo orienta en una nueva dirección. En Gramsci se desarrolla una concepción particular de las diversas ciencias y de la distinción que entre ellas existe. Gramsci es, a nuestro parecer, inseparable de su concepción de la política. La preocupación filosófica que inspira los trabajos de Gramsci brota esencialmente del material político-social de su tiempo (con los sujetos gnoseológicos que se corresponden con los sujetos de la praxis política y de la organización de este material). Y no podría ser de otra manera pues, como señalaba Cepedal: «toda la filosofía materialista tiene que tener como objeto de reflexión este material estructurado categorialmente por debajo del cual se tallan las Ideas filosóficas5». Sería puramente ideológico cualquier intento de conceptuar la realidad como si los conceptos fueran meramente un reflejo de esa realidad. El «análisis concreto de la realidad concreta» sólo tiene un valor metafórico, pues los conceptos utilizados en el análisis son previos de alguna manera a esa realidad y la conforman6.
Así, Gramsci reaccionaba – en frase de Togliatti – «contra las consecuencias negativas de una concepción pedante, mecanicista, del marxismo y del proceso mismo del movimiento obrero» muy arraigada entre los mencheviques rusos y que encontraría en Kautsky su máxima expresión. Gramsci luchó así contra ciertos enfoques de la filosofía marxista y de la concepción de las ciencias políticas. Se enfrentó al reduccionismo económico de Plejanov y sus colegas socialdemócratas occidentales quienes tachaban de utópica toda praxis revolucionaria. Su reivindicación del papel de las superestructuras (y en particular el de las ciencias y la tecnología) en la reorganización de la base ha querido ser visto en muchas ocasiones como un reduccionismo del las estructuras objetivas a lo subjetivo, al papel determinante del sujeto. Este enfoque ha sido probablemente exaltado por muchos de los que se consideran sus seguidores, tendentes a circunscribir las concepciones que Gramsci tenía de la política a sus propias vivencias subjetivas y desgranándolas del material al que eran aplicadas. Para nuestro autor, la labor esencial residía en encontrar los nexos orgánicos necesarios para que los grupos de intelectuales en la periferia del proletariado unidos al proletariado tradicional engranaran operativamente con las acciones revolucionarias de las masas. Esta perspectiva se enfrentaría brutalmente con el teoreticismo althusseriano que definía el materialismo histórico como… «la historia de la producción de conocimientos, en tanto que conocimientos»
Desde nuestra perspectiva, estaríamos de acuerdo con G. Bueno en que la importancia no estaría tanto en estas supuestas adiciones que Gramsci haría al sistema marxista sino que
« […] habría que hallarla en el hecho de que la perspectiva filosófica de nuestro autor desplazaría el “centro de gravedad” de la axiomática del materialismo histórico a un lugar ontológico que de algún modo le es previo – no, naturalmente, en sentido cronológico – a las posiciones entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la base y la superestructura. Este lugar es, en palabras de Gramsci, la Historia »7
En Gramsci se desplegaría la “vuelta al revés” (Umstülpung) que Marx hace de Hegel: la transposición de las relaciones de orden que se dan entre las partes del sistema, en particular las de Naturaleza y Espíritu (que definiría al Materialismo Dialéctico) y las relaciones entre el Espíritu Objetivo y el Espíritu Absoluto 8 (que definiría – pero no constituiría – al Materialismo Histórico). De este modo Gramsci representaría la interpretación de esa vuelta al revés de Hegel como el desplazamiento del “centro gravedad” de la Historia hacia el lugar ontológico al que Hegel llama Espíritu Objetivo y que se superpone tanto a la “cultura” como a lo “superorgánico”. Cabe señalar que tal desplazamiento del eje de gravedad del Materialismo histórico (de la historicidad hacia la historia de la conciencia colectiva donde esta conciencia seguiría siendo universal pero determinada en el contexto de un pueblo, de una determinación social, pero no del Estado en sentido hegeliano, sino en una clase, que atraviesa toda frontera posible) no supone de ningún modo un decantamiento hacia las superestructuras – salvo que adoptáramos de principio una perspectiva naturalista – dado que partimos del momento en el que tanto la base como la superestructura están formando parte del sistema del devenir. Tampoco puede ser considerado este desplazamiento como una recaída en el Espiritualismo – o idealismo – ya que lo que venimos denominando como Espíritu Absoluto es una construcción material (ontológico-especial) del mismo orden al que pueda pertenecer, por ejemplo, el “vegetal” o el “animal vertebrado”. Así pues, el concepto gramsciano de Bloque histórico designaría a un tipo de unidades históricas que se constituyen “por encima de las voluntades individuales” pero que no pueden ser entendidas mecánicamente como un simple “reflejo” de la base económica que precisamente se organiza en el propio proceso histórico y no previamente a él. Si consideráramos al concepto de Bloque histórico al margen de una idea similar a la que del Espíritu Objetivo estamos desarrollando quedaría reducido a un mero concepto descriptivo viéndonos arrastrados, por la fuerza misma del concepto, a lugares a los cuales seguramente no quisiéramos llegar.
Revindicamos así lo sugerentes y “potentes” que pueden resultar las concepciones gramscianas como puedan ser las tesis sobre la organización del movimiento obrero a través de la organización consejista (dado que el Partido no es de clase, estos consejos – frente al sindicato que era concebido como una forma de organización de los obreros, no ya como productores, sino como asalariados, como «vendedores de una mercancía llamada trabajo» – servirían para organizar a la clase en el lugar de producción disolviendo la escisión productor/ciudadano sobre la que la clase dominante reproduce la ideología dominante) y que más tarde él mismo corregiría dando así lugar a sus posteriores desarrollos sobre la idea de partido político como príncipe moderno. Asimismo hay que destacar las aportaciones de nuestro autor a las políticas lingüísticas, al estudio de las ideologías, de los intelectuales u otros muchos conceptos que aportó a las categorías políticas.
Sin embargo nos vemos obligados, de partida, a negar las formulas del estilo de «la vigencia del pensamiento gramsciano». Cabe matizar esto para no caer en malentendidos. Negamos tal concepción de la vigencia de la filosofía de Gramsci como negaríamos la de cualquier otro autor. Negamos los intentos, en muchas ocasiones malintencionados y tendentes a buscar la mera justificación de su posición – intelectual o laboral – a través de la especialización y posterior reivindicación en tal o cual autor. Esta labor de nuevos exegetas del marxismo debe ser rechazada frontalmente por ser esencialmente antidialécticas. La aplicación dogmática (independientemente de las “reflexiones” y “reinterpretaciones” con las que se pretenden encubrir en muchas ocasiones estos intentos) de los postulados de una determinada teoría cae, inevitablemente, en el adecuacionismo desde el que se pretende definir la verdad científica en relación a la correspondencia entre las construcciones teóricas de las ciencias y el material empírico constitutivo de sus campos de análisis. Se estarían convirtiendo, en cierta medida, los axiomas científicos en postulados. Las Ideas, los conceptos, “brotan” y se construyen a partir de esos propios materiales que constituyen las ciencias políticas (el sujeto político, las clases sociales, etc…) pero, ante todo, del conflicto, de los procesos dialécticos que se produce entre dichos materiales. Desde esta perspectiva es desde la que debemos revindicar al sistema materialista como una verdadera filosofía (frente a las falsas filosofías, aquellas que pretenden simular ser un sistema filosófico) y como una filosofía verdadera (una cosa es la verdad formal de la tesis en cuanto a su estructura y otra muy distinta, la realidad del fenómeno). La verdad o “vigencia” de todo el utillaje conceptual gramsciano no puede más que demostrarse a través del ejercicio político y se conformará de una u otra manera, a través del proceso dialéctico con la materia de la que es producto y que, a su vez, pretende organizar. Del intento de ajustar la realidad a una determinada teoría, como señalábamos, y a lo que ello conduce conocemos muy bien en nuestro Partido aunque seguramente nos pudiera hablar de forma mucho más extensa Santiago Carrillo y su “triunfante” eurocomunismo.
Así pues, el ejercicio del materialismo no consiste en aplicar mecánicamente los postulados de Marx, Engels, Lenin o cualquier otro teórico del marxismo, sino que consiste en ejercitar dicho materialismo sobre la base que es el correlato real de las ciencias políticas (el sujeto político operatorio constituido colectivamente a través de las clases sociales). Las condiciones económicas, productivas, científicas, tecnológicas etc… el material que constituye las categorías políticas se han reorganizado en nuestros días radicalmente (lo que no quiere decir que haya cambiado esencialmente) como para poder hacer tal ejercicio de escolástica9. Se trataría pues de ponderar en qué medida ha variado el marco material, del marxismo clásico, y si estos cambios son tales que determinen la no adecuación de algunas concepciones tradicionales del marxismo para conceptuar la situación actual.
En definitiva, el ejercicio del propio materialismo – y en el caso que nos atañe, de las concepciones filosófico-políticas de Gramsci – y de todo su utillaje intelectual, en el propio proceso dialéctico que se da en el transcurso de reconfiguración de los fenómenos del presente dará lugar, queramos o no, quieran sus seguidores o no, a unas nuevas tesis. Cuando los problemas revisten una seriedad y un fondo como los que suponen los cambios productivos, tecnológicos, científicos, sociales, etc… hemos de ser muy prudentes. Las cosas, en la historia, casi nunca han venido por donde los marxistas las esperábamos, casi nunca vienen las cosas en la historia por donde está el puesto del cazador con la escopeta a la espera de la presa. La historia no solamente es caprichosa, voluble. Marcha, por decirlo vulgarmente, por los caminos que ella quiere, no por los caminos que les trazan los ideólogos. Hegel decía – hablando de la dialéctica de los procesos históricos – que la historia avanzaba por el lado malo, lo llamaba la ironía de la historia. Nuestra filosofía, como sabemos, no es el marxismo utópico o caprichoso de unos cuantos predicadores, sino el marxismo que tiene su fundamento en los pilares de la historia y de las estructuras sociales.
Con todo esto estamos con Gramsci y la problemática que nos plantea para la instauración del socialismo en los países capitalistas industrialmente desarrollados, en las llamadas “democracias avanzadas”. Con todo esto estamos con Gramsci, con Marx, en que el socialismo, el materialismo, es el último ideal universal – en cuanto que es capaz de dar cuenta de los fenómenos del presente de forma fina y certera – con todos los problemas que nos ha enseñado y obligado a plantear, que pide a gritos su superación (dialécticamente, superación e incorporación) porque sus ideales son evidentemente, y lo seguirán siendo, los ideales de cualquier persona consciente y moral.
NOTAS
1 Gustavo Bueno, «El “Materialismo Histórico” de Gramsci como teoría del “Espíritu Objetivo”» en José María Laso: Introducción al pensamiento político de Gramsci. Gijón: Asociación Cultural Wenceslao Roces (Colección Edición Popular, n.º8), 2004, p. 11-12
2 Op. cit. p. 12
3 Francisco Fdz. Buey, Leyendo a Gramsci, Barcelona, El Viejo Topo, 2001, p. 8.
4 José María Laso, «Perspectiva actual de Grmasci» en el periódico La Nueva España, 11/06/1997
5 Si esta tesis del materialismo filosófico es verdadera, no será válida tan sólo para éste caso, sino para toda filosofía. Toda filosofía se nutre de este material, aunque voluntariamente no se conciba a sí misma de este modo ya que «no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino su ser social el que determina su conciencia»
6 José Manuel Fernández Cepedal, «Ensayos sobre ”marxismo / leninismo / eurocomunismo” I. La “Dictadura del proletariado”», en Revista El Basilisco nº 8, primera época, 1979, pp. 26-37
7 Op. cit. p. 12
8 Por cuestiones de claridad, estamos considerando aquí el concepto de Espíritu Objetivo como la historia de la conciencia colectiva entendida como la manifestación del Espíritu – o Razón – de un determinado pueblo (Volkgeist) plasmada en un modo concreto de vida ética (histórico-cultural). El Espíritu Absoluto, como el momento en el cual el Espíritu – o Razón – habrían asimilado las fases anteriores – Espíritu Subjetivo y Objetivo – apropiándose de todos los momentos que recorre. La totalidad ha devenido espíritu y ahora “todo lo real es racional”. Ha sido muy común la identificación del idealismo de Fichte o Kant con Hegel por el hecho de que en todos ellos – contrariamente a la tesis de Marx por la cual es el ser social el que determina la conciencia – la conciencia (definida como Yo o como Espíritu) es la que determina el ser social. Sin embargo, desde nuestras coordenadas, el concepto de conciencia que manejan Fichte y Kant y el de Hegel media una diferencia que consideramos fundamental que corresponde con una interpretación sociologista del espíritu de la que carecía la filosofía kantiana. El espíritu, la razón, ya no es universal y monótonamente igual para todos los hombres (según el ideal ilustrado del que Kant era partícipe) sino que ahora éste se manifiesta en el Estado, más concretamente en el Estado alemán. Sigue siendo universal pero está por así decir determinado en el contexto de un pueblo, de un estado.
9 Para poder hacerse una ligera idea de cómo ha ido evolucionando en España la sociología de clases no tenemos más que atender, entre otras cosas, a los trabajos que durante casi cuarenta años ha venido desarrollando en diversos ámbito Daniel Lacalle
Carlos González Penalva (Asociación Wenceslao Roces, diciembre 2005)

domingo, 6 de julio de 2008

El PCE de hoy y de mañana: recordando la X Tesis del Congreso


Los comunistas españoles, en su XVII Congreso nos reafirmamos en la decisión de la reorganización y reforzamiento del Partido y, en particular, definimos el papel del Partido para esta nueva etapa, la cual tomamos para la actualización de la política aprobada en el momento actual. En su onceavo congreso, el PCE formulaba, en coherencia con la que siempre ha sido su tradición, la estrategia de convergencia política y social de la izquierda transformadora que culminó con la formación de Izquierda Unida como organización anticapitalista, democrática, republicana y por la construcción del socialismo y el comunismo. En el marco de ésta el PCE redefiniría sus funciones. Hoy hemos de replantearnos las funciones de nuestro partido  en el marco de la que es nuestra estrategia de convergencia: Izquierda Unida.


El capitalismo sigue siendo en nuestros días un sistema profundamente irracional, un modo de producción afectado por graves contradicciones que lo hacen, en última instancia, insostenible e inasumible por la clase trabajadora. La explotación, la desigualdad y la injusticia forman parte de la esencia misma del capitalismo: en todo país capitalista existe hoy una clase privilegiada, depositaria del poder económico y político; y una gran masa trabajadora, cada vez más alejada de los centros de decisión política real, y sometida a los nocivos efectos de la precarización laboral constante. A nivel mundial una gran parte de los seres humanos carecen de los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades básicas; no ya la educación, o la sanidad, sino el hambre y la sed. El ansia por el beneficio económico y la lógica del mercado como único referente conducen no sólo a la miseria y explotación de la mayoría de los seres humanos, sino también a la depredación extrema del medio ambiente y el agotamiento de sus recursos, poniendo en peligro la supervivencia no ya de nuestra especie, sino de nuestro hábitat. Asimismo, la estructura del sistema capitalista, exige el férreo sometimiento de la soberanía y autonomía de los países más desfavorecidos a los intereses del imperialismo global; así, la guerra permanente, necesaria para sojuzgar a los países disidentes de los dictados de las grandes potencias, es otra de las atrocidades que van aparejadas al ejercicio del capitalismo imperialista.

La teoría y la práctica del comunismo, para ser racionales y efectivas, deben fundarse en un análisis concienzudo de todos los aspectos de nuestro presente, especialmente aquellos que se vinculan directamente con el modo de producción capitalista y las condiciones para su superación. De otro modo, los comunistas incurriríamos en especulaciones y proyectos utópicos, alejados de la realidad, y condenados al fracaso; igualándonos así a las propuestas irracionalistas que, pretendiendo ser revolucionarias, son en el fondo aliadas de la reacción

El PCE tiene para sí todas las competencias que le son propias a un partido y que, además, debe ejercer. Todas salvo, por decisión propia, la concurrencia electoral y la expresión pública institucional cotidiana. Sin embargo tal situación puede suponer una importante contradicción objetiva dado que es en tal expresión institucional - y en los procesos electorales - donde se desarrollan los acuerdos políticos que la organización toma en cada momento y, también es en ellos donde debe contrastarse su justeza, sus dificultades y, por qué no, sus errores. Tal contradicción no es, de por sí, negativa. El problema surge en el momento en el cual Izquierda Unida se aleja de su proyecto inicial como movimiento político y social capaz de superar la explotación del hombre por el hombre, capaz de la cancelación revolucionaria del capitalismo y la instauración de un sistema socialista.

Sin embargo, en los últimos tiempos, Izquierda Unida no ha venido ejercitando un discurso político capaz de dar cuenta de las problemáticas del presente y que se ha ido traduciendo en una pérdida de influencia electoral y social. Falta de incidencia de la cual el Partido no es ajeno y a la que hemos de contribuir en la medida que nos corresponde.

El marxismo, consecuente con sus propios principios, cambia, desarrolla y crece a la par que lo hace la realidad en la cual se elabora. Se mantienen inalterables su concepción fundamental, sus métodos y sus grandes principios. El marxismo no es un dogma, sino un referente teórico general y un método para la acción. El marxismo no es un ídolo ni un credo. Es un arma de lucha, y una herramienta de trabajo. 

En la pasada Asamblea Extraordinaria de Izquierda Unida se consolidó la naturaleza del proyecto inicial a pesar de que no se han logrado salvar, en la práctica, inconcreciones e incoherencias que, sin duda, deben ser corregidas en un futuro inmediato en beneficio del papel político y social de IU, en beneficio del proceso de refortalecimiento del PCE que tiene en IU su proyecto estratégico unitario defendido, históricamente, en la teoría y en la práctica. En este sentido el Partido debe situar en primera línea de nuestro trabajo la recuperación y el relanzamiento de IU como una verdadera alternativa política, anticapitalista y socialista. Tan solo la acción unitaria del PCE podrá imprimir a Izquierda Unida su definición en el proyecto original. Para ello, el Partido debe actuar en el seno de IU con una sola voz, con una sola posición. Para ello, el documento político aprobado en nuestro XVII Congreso señalaba los siguientes objetivos: a) Impulsar y fortalecer Izquierda Unida; b) La participación organizada de los comunistas con su política en el movimiento obrero y en los movimientos sociales, aportando sus propuestas y experiencias a estos y teniendo en cuenta las que emanen de su propia reflexión y práctica social; c) La formación ideológica, en la que el análisis y el conocimiento de los procesos históricos tenga proyección en el trabajo actual y en la perspectiva futura; d) Avanzar en el desarrollo de un partido en el que la mujer, de forma natural, asuma los mismos espacios de responsabilidad que los hombres.

Sin renunciar a los fundamentos del marxismo, los comunistas han de estudiar la realidad contemporánea en toda su dimensión, huyendo de los dogmas, para poder elaborar una teoría y un proyecto capaz de hacer frente a la globalización capitalista. A los temas clásicos, como el análisis del modo de producción, las condiciones sociales de la clase trabajadora, o la lógica del imperialismo, el marxismo incorpora ineludiblemente cuestiones características del presente: la globalización, las nuevas tecnologías, la inmigración, los nacionalismos, el problema de la mujer, la catástrofe ecológica, etc. Desarrollando, también, nuevas respuestas a estos nuevos problemas.

El comunismo del presente y el futuro tiene que ser una construcción colectiva, donde todos los comunistas estemos representados, en aras de la unidad. Un referente capaz de aglutinar a todos los sujetos comprometidos con la transformación del mundo y la construcción de un sistema más justo, más igualitario, mejor

Para ello, toda elaboración teórica asumida, todo planteamiento consensuado y aceptado por los comunistas, debe ser llevado a la práctica sin excusas. De otro modo, nuestra actividad será estéril. Uno de los principios fundamentales del marxismo es la unidad entre teoría y praxis: De nada sirve llenarse la boca de frases grandilocuentes y conceptos elevados, si luego no se llevan a la práctica. O, al menos, se intentan generar las condiciones para que las doctrinas comunistas puedan ser aplicadas. Los comunistas, hoy como siempre, sólo tenemos un camino para lograr, paso a paso, la consecución de la igualdad, la justicia y el fin de la explotación: la integridad, la fidelidad a los principios comunes, y la organización en torno a un Partido Comunista fuerte y unido.


Carlos González Penalva / Pablo José Infiesta Molleda

La Fundación de Investigaciones Marxistas Horacio Fernández Inguanzo cumple 10 años





Desde el momento mismo de su constitución, la Fundación Horacio Fernández Inguanzo ha tenido como objetivo estratégico la construcción de una cultura crítica, políticamente implantada y que toma partido ante los distintos fenómenos del presente. Este es uno de los rasgos más definitorios de toda la tradición marxista: prestar atención a las contradicciones del mundo y tratar de sistematizarlas como un paso previo y necesario a la hora de tomar decisiones estratégicas. Parece claro, además, que quien debe tomar esas decisiones es, en nuestro caso, el Partido Comunista de Asturias que en su día eligió a Horacio el Paisano como su referente. 

Lo hizo por su calidad de marxista involucrado en la lucha por el establecimiento de las condiciones necesarias y suficientes para la transformación social; en calidad también de marxista consecuente que no puede aspirar a una utópica dominación de las fuerzas destructivas del mercado sin modificar hondamente las coordenadas analíticas de partida.

El mundo cambia, la acción humana lo transforma y es transformada en el proceso y por ello no podemos temer la incorporación de nuevos elementos de análisis ni tampoco nuevos instrumentos. Esto puede hacerse, debe hacerse, pero a costa de la estricta observancia de los mismos trámites racionales que son la estructura del sistema, de lo contrario se imposibilita todo análisis y toda modificación ulterior. 

Cuando se obvian estas precauciones se llega a juzgar la tradición como una moda y a ejecutar un análisis del presente fútil y frívolo; a una perspectiva, en fin, dogmática en sus principios porque los coloca beatamente al margen de la crítica. La integración en nuestro discurso de las nuevas racionalidades del presente (los ecologismos, los feminismos), por ejemplo, no puede hacerse aceptando sin más sus presupuestos porque son contradictorios entre sí y pretender lo contrario no denota sino el tacticismo más vulgar que ni las mejores campañas de publicidad enjuagan.

En Inguanzo reivindicamos por tanto, lejos de revisiones románticas y sentimentales tan insuficientes, al marxista consecuente y antidogmático. Si no nos equivocamos, él hizo lo que tenía que hacer en cada momento, fue consciente de lo que era necesario y lo llevó a término de la mejor manera posible y no como un héroe nietzscheano sino como un miembro del partido, un funcionario brillante de la colectividad. Con otras palabras lo explicaba en el acto público de su nombramiento como Presidente de Honor de la Fundación otro gran materialista, José María Laso: "lo fundamental en nuestra época no es tanto la colisión entre unos u otros imperialismos que se da constantemente sino la contribución de cada uno a la lucha de ideas que es la que ilumina este tipo de procesos". Esta fundación renueva hoy su pretensión de ser el receptáculo de estas contribuciones para mejor fundirlas en el crisol del materialismo marxista y ponerlas al servicio de toda la sociedad. 

En consecuencia, la Fundación Horacio Fernández Inguanzo retoma su voluntad de polémica serena, consciente de que su labor incluye, no sólo absorber conocimientos para ofrecer estrategias o programas, sino también discutir con quienes nos contradicen, luchar para reinterpretarlos desde nuestras categorías y convencerlos de que nuestra causa, continuamente actualizada en el ejercicio de las armas de la crítica, es la justa. Así, creemos que la razón no se tiene, se obtiene. Tras diez años de andadura, reivindicando nuestro patrimonio histórico e intelectual más allá de su utilidad retórica y propagandística, tomamos aire para encarar el futuro que se abre ante nosotros, que, en el día a día, contribuiremos a abrir pese a quien pese.

Un homenaje necesario


Asumido todo lo anterior pareció a la dirección de la Fundación Horacio Fernández Inguanzo que la reconocida trayectoria de José María Laso Prieto y su incansable labor constituían la materialización personal de nuestras propuestas y de nuestra historia. Por ello decidimos nombrarlo presidente de honor de la institución y hacerlo público como un homenaje a su vida y a su obra viva y en continua renovación y propuesta. El acto tuvo lugar en el Auditorio Príncipe Felipe de la ciudad de Oviedo el pasado miércoles 13 de febrero y contó con una nutrida presencia de militantes de diversas localidades, amistades y personalidades. Hubo quien no pudiendo asistir envió su apoyo o su felicitación por otros medios, así lo hicieron referentes de la vida cultural y política asturiana y foránea. También instituciones como la revista Dialéctica de México, la OSPAAL, la Sociedad Asturiana de Filosofía, de Ministerio de Ciencia y Tecnología de Cuba, la Fundación Gustavo Bueno, la Fundación de Investigaciones Marxistas o Tribuna Ciudadana, entre otras, quisieron dejar constancia de que la Fundación Horacio Fernández Inguanzo merece al menos la oportunidad de demostrar de nuevo que hay un futuro para el materialismo marxista.

Carlos González Penalva / Uriel Bonilla

Semana Republicana 2007




Estimados compañeros, camaradas,

Nos encontramos aquí y en muchísimos otros lugares de España reunidos para conmemorar el 76 aniversario de la IIª República Española. Juntos, rendimos homenaje no sólo a los insignes protagonistas, sino a todos los hombres y mujeres que durante aquéllos años, y los que siguieron, lucharon por una sociedad más avanzada, más justa, mejor. De su labor, de su sacrificio, todos debemos sentirnos deudores.

O eso es lo que el capital y la reacción desearían que fuese, la conmemoración de una fecha simbólica para nostálgicos, para historiadores y jóvenes revoltosos. No es así. El fenómeno político y social que supuso la IIª República no es la centralidad de estos actos, concentraciones y reivindicaciones que se vienen efectuando a lo largo de la semana en toda la nación. La Segunda República no es el objetivo de nuestra actividad, es el referente más cercano que tenemos en España de lo que pudo haber sido el proyecto político de una democracia cuyo fundamento se encuentre asentado en la racionalidad política, económica y social, en definitiva, cuyo fundamento sea la equidad económica y social.

La IIª República inundó de esperanza los corazones de millones de obreros y campesinos. En el horizonte, se vislumbraba un futuro muy distinto de la España feudal y caciquil que había sometido a tantas generaciones de españoles: Frente a monarquías y dictaduras, República y democracia. Frente al yugo clerical, Estado laico. Frente al analfabetismo y la ignorancia, educación para todos. Frente a la explotación, derechos laborales. Frente a los grandes terratenientes, reforma agraria…

La socialdemocracia y la derecha del presente – ambas abrazadas bajo el paraguas del mismo modelo de producción capitalista – han intentado por más de 25 años difundir la idea de que la transición supuso la vuelta de la democracia al pueblo español que por 40 años le fue usurpado por el fascismo franquista en santa alianza con la burguesía capitalista y la iglesia. Intentan hacernos olvidar que la supuesta democracia de raíz burguesa y liberal en la que hoy vivimos no es nieta de aquella república, sino que es hija de las fuerzas reaccionarias articuladas en torno a los fascismos en auge de la época que truncaron por la acción violenta aquel huracán republicano de transformaciones políticas y sociales.

La socialdemocracia y la derecha del presente intentan hacernos creer que la transición española y por ende, su “democracia” había nacido “sin sangre”, olvidan convenientemente toda la trágica historia de luchas, martirios, torturas, sacrificios, del heroísmo del pueblo español. Las manos de Suárez, González y sus secuaces, manos expertas en manejar la pomada, el perfume, habían presentado la criatura ya limpia de sangre y bañada en agua de rosas. Aquellos hombres, “que sabían tanto de historia” no podían olvidar tan de repente la de España que ellos venían a continuar. Y no la olvidaban, lo que hacían, lo que hacen nuestros gobernantes, no es sino traicionarla. Cuando la socialdemocracia y la derecha política y económica dicen que “la democracia” vino sin sangre quieren decir que no se hacen solidarios ni se sienten deudores del enorme caudal vertido por el pueblo español en sus luchas contra la reacción. Ellos no gobiernan para ese pueblo luchador, gobiernan para “toda España” entendiendo por esto los años de toda España: terratenientes, banqueros, obispos y generales. Las enormes posibilidades que la transición abría para la transformación de la sociedad y el estado español las sacrificaron aquellos y estos gobernantes a la que era si máxima ambición: hacer que la reacción, que durante la República había sido expulsada de su viejo caserón de la monarquía, se sintiese tanto o más a gusto en el nuevo y flamante edificio al que denominaron democracia. Los campesinos y obreros que habían dado sus votos y su sangre a la construcción de una democracia real y efectiva siguieron y siguen sin tener tierras, hambrientos, analfabetos y pisoteados por el cacique y el patrón, por el cura y el banquero y fustigados por los que son sus siervos, nuestra clase gobernante. Los obreros que eran la vanguardia del movimiento por la democracia y que seguían siendo su más firme puntal luchando por sus legítimas aspiraciones de mejoramiento efectivo de sus condiciones de vida, han tenido que arrastrar, como siempre, las iras del patrono, el despido, la cárcel y las palizas de las comisarías.

La centralidad de los actos, como decíamos, no se limita a celebración, al homenaje y al sentido recuerdo. Tales son los tributos que se le rinden a un muerto ilustre. Hoy, aquí y en muchos otros lugares, todos nosotros prestamos voz a las aspiraciones de transformación social que las clases dominantes han acallado durante tanto tiempo, temerosas de que el murmullo se convierta en grito capaz de quebrar sus privilegios. Ni la represión ideológica y cultural, de pensamiento único, de asesinatos, de torturas, de vesania desatada contra republicanos y comunistas, podrán aplacar nuestras ansias de transformación económica, productiva, política y social. Tal es nuestra fuerza, tal es nuestra convicción.

Compañeros, camaradas: la República está viva pues sus aspiraciones están presentes. Debemos avanzar juntos hacia la constitución de una III República Española que garantice, formal y materialmente, la igualdad económica, política y social de todos los ciudadanos. La igualdad de derechos y deberes de todos y cada uno de los españoles, según sus necesidades, según sus capacidades.

Para aquilatar el valor de las palabras y de las ideas políticas, para desentrañar su sentido efectivo y real, debemos seguir aquel sano consejo que nos invita a juzgar a los hombres, a los pueblos y a los gobernantes, no por lo que dicen sino por lo que hacen. Cuando hablamos de democracia vinculada al proyecto republicano que aquí estamos revindicando no estamos apelando ningún concepto vago, engañoso como si de un reclamo o señuelo se tratase. Decimos construir un estado democrático porque la democracia no es una idea pura que viene a posarse sobre el mundo. No tenemos, como quieren vendernos nuestros gobernantes, un déficit democrático – porque lo que no tenemos es democracia más que unas condiciones mínimas para asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo–. La democracia se construye en la práctica, superando en el ejercicio la contradicción capital trabajo, porque la contradicción verdadera que hemos de recuperar no es la de izquierda – derecha en el marco del capitalismo, sino la oposición entre capitalismo y socialismo.

Para conseguir esto debemos luchar juntos por construir un estado democrático. Pero atención, porque democrática también llaman a esta España presente. Decía el camarada Roces que las palabras, como las ideas adquieren y pierden o pervierten su significación según el uso que de ellas se haga con arreglo a su proyección social. Y es sabido por todos que la palabra y la idea de democracia ha sido manejada no pocas veces en la historia como manto ideológico para encubrir mucho contrabando. Hoy, como antes, se explota la palabra democracia para verter hediondas desnudeces, para engañar y desorientar, para llevar a los hombres y a los pueblos a la matanza, a la esclavitud y la alienación, al servicio del imperio del capital.

No asumir la constitución de una IIIª República en estos términos, ante todo, de igualdad económica, es, sin duda, defender los intereses de las clases dominantes. La defensa, por ejemplo, de la posesión de la tierra por parte de grandes terratenientes, que en nuestro país no sólo no son expropiados, sino que son objeto de homenajes y distinciones como la que recibió la duquesa de Alba, quizá por su firme contribución a la explotación de cientos de miles de jornaleros. La defensa, también, del poder absoluto que la burguesía monopolista y sus aliados ejercen sobre la economía y la política de nuestro país, sin que los ciudadanos podamos hacer otra cosa que sufrir en nuestras carnes sus balances de cuentas, sus déficits y sus caprichos.

El deseo, la voluntad de transformación social, deben recibir una forma orgánica y ser encauzados en una organización sólida y fuerte. Una organización capaz de integrar el ímpetu de cada uno en la praxis revolucionaria de todos. Sabemos que la reacción es fuerte, quizá más fuerte que nunca. No podemos repetir los errores del pasado. No podemos volver a caer. Nuestro entusiasmo y voluntad, reflejados hoy aquí, serán estériles si no los encuadramos en la acción organizada. Recordemos las palabras de Gramsci: «Las ideas, sin organización, no están vivas.»

Compañeros, camaradas, sellemos en éste día tan significado nuestro compromiso con la consecución de una sociedad justa e igualitaria en lo económico, en lo político y en lo social. Nuestro compromiso con la construcción de la III República española, del socialismo.


Salud y República.