Francisco Gil Fuertes / Carlos González Penalva
Asociación Cultural Wenceslao Roces
Este título zizekiano tiene su justificación. Recientemente se celebró en la ciudad de La Habana el Seminario Internacional por la Paz, organizado por el Instituto de Estudios por la Paz y la Cooperacíón (IEPC), la Fundación Horacio Fernández Inguanzo, el Movimiento Cubano por la Paz, el Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa de Cuba y el Instituto de Filosofía de Cuba. En dicho evento participaron diversos investigadores/as miembros de numerosas organizaciones incluidos miembros de la Asociación Cultural Wenceslao Roces. Y en ese contexto nos sorprendió, gratamente, la crítica del argumentario de los think tanks neoconservadores anglo-americanos que se ha expandido, rápidamente, entre la intelligentsia académica de América latina. La doxa neocon parece estar mutando en síndrome en ciertas áreas geográficas despertadas del american dream por medio de una “revolución democrática” que las estructuras clásicas de las élites locales son incapaces de integrar en sus dispositivos de control social. Venezuela, Bolivia, Ecuador, se están convirtiendo en campo de pruebas de un nuevo tipo de relación entre el tradicional discurso sobre la resolución pacífica de conflictos de la pequeña-burguesía internacional y la revisión de la idea-concepto de paz como “ausencia de violencia”. La situación de guerra total, de guerra permanente, en la que se desarrolla actualmente el capitalismo internacional esta volviendo a poner de relieve la fragilidad de la Pax Américana impuesta por la OTAN tras la des-estructuración de la URSS. Obviamente, la paz siempre ha sido una cuestión de relaciones de fuerza, coyuntural, multipolar y provisional. Las élites gestoras del Estado han comprendido, desde el final de la hegemonía imperial de las potencias europeas del siglo diecinueve, que la paz es una cuestión temporal vinculada, inevitablemente, al monopolio de la violencia del Estado, habrá paz, sólo sí y siempre y cuando sea administrada por la clase dominante a través del Estado y la forma-Ley. Esta evidencia es la que los discursos generados bajo el síndrome de la paz teológica son incapaces de asumir.
Que la paz es una ficción generada por los dispositivos de control social es una obviedad que no merece mayor atención. Hace ya varias décadas que la industria del espectáculo construyo el imaginario social posible de la guerra y la paz dentro del capitalismo; la pipa de la paz de los indios del Hollywood de los años cincuenta, los hippies y su power flower, el Ghandi poscolonial, etc., son la iconografía pop sobre la que se sustenta la idea simbólica de paz. Este modelo de paz naïf diseñado a la medida de las clases medias occidentales es el que se ha empezado a evaporar al entrar en contacto con el mundo real pos-Guerra Fría.
Para los/as portavoces del discurso hegemónico, el concepto paz se presentaba como una sustancia ético- moral aislada, autónoma de las relaciones sociales que la posibilitan-imposibilitan. Su fundamentación teórico- práctica estaba configurada sobre la idea de una paz absoluta que no poseía exterioridad social, política o económica. Este constructo ético-teológico ha generado un nuevo síndrome que se ha empezado ha manifestar dentro del movimiento pacifista de principios del siglo XXI: el síndrome de la paz teológica. Bajo el síndrome teológico del sujeto sin objeto, de la paz como subjetividad, como un estado de conciencia, es decir; como una posición subjetiva ante la realidad, el discurso pacifista actual adquiere una textualidad ficticia cuyas referencias están más cerca del cine épico, de las superproducciones heroicas, que de la imagineria cristiana. Este síndrome genera así la ilusión de una realidad paralela a la efectivamente vivida. El misticismo pacifista que se desprende de esta posición teológica es sintomático del agotamiento teórico de la formulación paz como ausencia de violencia. Por un lado, al negarle al concepto paz una realidad contextual, se efectúa una reducción de su horizonte de posibilidad conceptual, esto es: se transfigura la paz-concreta, la única potencialmente practicable, en una paz-abstracta, que opera como una ficción de uso en la legitimación de la violencia realmente existente. Por otro lado, el intento, latente en el discurso pacifista, de despolitización del concepto paz que implica la abstracción teológica, pretende negar la construcción de la paz como negociación entre iguales, al adoptar una posición de mediación social que resulta, en la práctica, una colaboración con el aparato gestor de la forma-Ley, es decir, con quién detenta el monopolio de la violencia. Y es que, la función social global de estos tres dispositivos (la ficción espectacular, la ficción académica y la ficción teológica), aparentemente inconexos, es generar una predisposición mayoritaria, suficiente, e inconsciente para la aceptación implícita de ciertos discursos y conceptos como realidades. Son los tres vértices de un polígono en el que la longitud de los lados, es decir la potencia de cada vértice para generar líneas de fuerza dentro del polígono, se mide por su capacidad de movilización sociopolítica. Así, estamos asistiendo a una estatización y/o teatralización del movimiento pacifista que se manifiesta en el creciente interés que despiertan las manifestaciones mediático-ficticias como las que los “monjes tibetanos”, bajo el amparo de las multinacionales de la información-espectáculo, presentaron aprovechando el foco internacional de los Juegos Olímpicos de Beijing, las “revueltas pacíficas” que se organizaron desde Washington, al más puro estilo Kissinger, recientemente en Bolivia, con el silencio cómplice de las ONG’S o, las ya convenientemente olvidadas, “protestas” en el Estado español contra la “ilegal guerra de Irak”, que genero unas considerables plusvalías electorales al PSOE y que el 11-M y la mala gestión mediática de la Administración Aznar terminaron por convertir en la victoria del actual Gobierno -y la aniquilación sociopolítica de IU-, y dónde el triunvirato mass media, idealismo izquierdista y subalternidad académica funciono como una maquinaria perfectamente coordinada.
Y es que; el pacifismo teológico, la industria del espectáculo y el idealismo pequeñoburgués comparten más de lo que estarían dispuestos a reconocer públicamente: una paz en la que ELLOS sean los mediadores éticos, simbólicos y políticos.