Texto, ligeramente ampliado, del discurso sustentado en el Homenaje Lenin de la Universidad Nacional Autónoma, el 4 de junio de 1970 por Wenceslao Roces.
La gran figura de Lenin trae ante nosotros, en este homenaje universitario, el apasionante problema de la fecundidad de las ideas. Lo que fuera primero sueño y luego idea se convierte con él en pujante realidad. La vida, matriz fecundadora de la teoría: ese es el laboratorio de Lenin. El mismo nos lo dice al final de su obra sobre el Estado: "Vale más vivir la experiencia de la revolución que escribir acerca de ella".
El relato especulativo de los pensadores, que los iluministas expresaban en el verso de Horacio: Sapere aude!, ¡Atrévete a saber!, se trueca ahora en el reto revolucionario de los realizadores: ¡Atrévete a transformar el mundo!
La historia está llena de grandes pensadores, cuyo tesoro de ideas debe la Universidad entregar íntegro a la juventud. Ninguno de ellos, de un modo o de otro, es ajeno al pensamiento de Lenin o de Marx. Y no es empequeñecer a ninguno, sino, por el contrario, enaltecerlos y valorarlos a todos, afirmar que, con estos dos, como remate de la larga trayectoria anterior, el río milenario de la cultura, de la filosofía, de las ideas y de la conciencia del hombre, el río del auténtico humanismo, desemboca en el mar de las realizaciones.
El marxismo -nos dice Lenin, en palabras harto conocidas- no se desliza por sendas tortuosas, como un conspirador: avanza hacia sus metas por la ancha calzada de la gran cultura, de la civilización, alimentado por las corrientes más limpias del progreso cultural. No puede rendirse a la teoría tributo más grandioso de amor que el de la procreación. Nada tengo contra las ideas puras, contra la abstracción. Pero, en política, como en la carne, la pureza impoluta, ascética, platónica, es la esterilidad. El agua químicamente pura, decía Unamuno, no es potable. La que Lenin hizo desbordarse a torrentes sí es el agua que apaga la sed de la humanidad. No sólo su sed bíblica de justicia: su sed ardiente de vida, de trabajo, de cultura y de bienestar.
La teoría desciende de los altares de la virgen Parthenos para hacerse madre, alumbrando un mundo. Una teoría que llevaba ya en su entraña, como expresión certera de ellas, las fuerzas vitales de la realización. Una teoría que era la emanación ideológica, la ideología misma de esas fuerzas, convertida en luz.
Exégetas de Marx había habido muchos. Brillantes algunos, y a veces ortodoxamente apegados al contexto de su doctrina, magníficos expositores de ella, como Plejánov, por ejemplo. Otros, v. gr. Kautsky, no tanto. Y, no pocos, cuyos nombres huelga citar, apegarlos en apariencia a su letra, para matar con ella y en nombre de ella el espíritu revolucionario. Sólo Lenin hizo realidad este espíritu, en las condiciones más adversas y en un país del que nadie pensaba que pudiera ser la cuna del mundo nuevo.
No debemos, sin embargo, hacer a Rusia el país en que Lenin surgió, ni a la verdad histórica, el agravio de considerarlo como el bochorno de la Europa de aquel, tiempo, el enclave en ella de la consabida "barbarie asiática" (esa "barbarie" que está dando al mundo, hoy, un alto ejemplo de entereza humana). Aquella Rusia ("cárcel de pueblos", la llamaba Lenin era, ciertamente, un escarnio por el anacronismo de su gobierno y por el atraso de su régimen semifeudal. Pero no por las grandes tradiciones culturales de su pueblo, con las que Lenin entroncó. Ni por sus heroicas tradiciones revolucionarias, de las que Lenin fue legítimo continuador. ¿Cómo, si no, hubiera podido fructificar precisamente allí una simiente filosófica arrojada sobre sus campos por la floración cultural de Europa y de sus grandes luchas? No olvidemos que Rusia fue el primer país en que se tradujo El Capital. Si nos empeñásemos, como los hagiógrafos de la partenogénesis, en creer que Lenin surgió de la nada, que fue el ángel de la luz debatiéndose en un mundo de tinieblas, haríamos poco honor a la historia y a su propia personalidad.
Ahí tenemos -permitidme el desahogo- el caso de España; mi patria, hoy. También para nosotros, los españoles, y no sólo para nosotros, constituye una afrenta ver a nuestro país, en la actual coyuntura histórica, secuestrado por un gobierno que, para no atropellar al decoro académico con calificativos demasiado crudos, diré simplemente que es la negación de la libertad y la dignidad humana. Pero, nadie entre vosotros -estoy seguro de ello- nos hará el agravio de pensar que esa sea la imagen del pueblo español. Los tiranos pasan y los pueblos quedan. Nadie, ante este eclipse circunstancial -ya demasiado largo- de nuestra historia, puede olvidar o que el nuestro ha sido realmente y es. Ni desmayar en la esperanza, en la certeza, de que un día recobrará su verdadero ser. "El franquismo muere; España vive": ese es hoy, dentro de la patria, el grito le los españoles.
LENIN Y EL IMPERIALISMO
LENIN, el gran realizador, era -todos los reconocen y no sería fácil negarlo- un genial político práctico. Pero era también algo más, mucho más. Fue y pudo ser eso porque era, al mismo tiempo, un creador, un pensador excepcional, un formidable teórico de la evolución y de la sociedad. Lenin realizaba, porque concebía. La unidad de teoría y práctica, nervio de toda su obra revolucionaria, tenía en él su más alta personificación.
Pondré un solo ejemplo: Su aportación creadora más importante a las luchas de hoy, la más viva y actual, es sin duda la teoría del imperialismo. Todos la conocéis. Lenin revela aquí su talla de pensador revolucionario. Y ésta adquiere a nuestros ojos su grandiosa dimensión cuando cotejamos su teoría con otras, muy atractivas alunas, surgidas en el campo del marxismo bajo el impacto de los mis-os fenómenos: la del "superimperialismo" de Kautsky; da del "capital financiero" de Hilferding; la de Rosa Luxemburgo, basada en su interpretación de la acumulación del capital.
Caeríamos en lo superficial si viésemos en esto simplemente el fruto del "genio político" de Lenin, de su "sagacidad escrutadora", le su "visión realista", etc. Se trata de algo más importante: de una) atente superioridad teórica, de lo que es la esencia misma del leninismo: de la concepción profunda, dialéctica, que lleva a Lenin, siempre, a conjugar la teoría económica y los principios filosóficos con la acción política revolucionaria.
"No hay en toda la vida de Lenin -nos dice Lukács- una sola decisión revolucionaria que no sea el resultado riguroso, objetivo y lógico, de sus criterios teóricos". Es verdad. Analizar escrupulosamente una situación concreta, para hacerla cambiar: esa es su máxima fundamental como investigador, hermanado siempre en él al hombre de acción.
Nunca brilló tan alto su genio de estratega revolucionario, enraizado en la teoría, ni con resultados tan fecundos para la historia le la humanidad, corno en las vísperas del 7 de noviembre, cuando, después de sopesar rigurosamente todos los elementos de la situación y ante el estupor de algunos, muy cercanos a él, lanzó intrépidamente la consigna que haría cambiar el mundo: "¡Ahora o nunca!"
Es da práctica, son las fuerzas forjadas por ella, las que deciden, claro está. Pero por caminos que la teoría ilumina, demostrando en la práctica su verdad. La categoría leninista del imperialismo, basada en notas específicas que suministra la misma realidad, es una categoría científica. Pero, una vez obtenida, traza los derroteros para la acción. No es una profecía, sino un plan de batalla. Al definir el imperialismo como el capitalismo agonizante, a cuyos pies se abre el abismo, Lenin no formula un juicio fatalista. Ningún juicio marxista lo es. Cuando un marxista cabal afirma que un régimen está condenado a morir, no emite una profecía o profiere una maldición. Dice, para citar esta expresión de Marx, que "el verdugo llama a su puerta"; en otras palabras, que das fuerzas destinadas a derribarlo se yerguen ante él. Convoca a esas fuerzas y las llama al combate. En su vertiente operativa, dinámica -es decir, en la vertiente de las luchas de los pueblos-, la época del imperialismo es, para Lenin, la historia do ha confirmado irrefutablemente, la época de las revoluciones proletarias, el umbral del socialismo.
La dialéctica marxista de la historia, que Lenin aplicó como ninguno, no es la dialéctica hegeliana de la idea absoluta, providencial, proyectada desde lo alto y que reduce al hombre a ente contemplativo. Es la dialéctica activa, revolucionaria, nacida de la propia realidad, en da que dos Hombres son dos protagonistas de su historia.
Que el imperialismo, si no se le ataja, si no se lucha contra él, es la puerta abierta a la hecatombe, lo ilustra con pavorosa fuerza la realidad de hoy, en la que no hay para qué detenerse aquí, pues está presente con trazos de fuego ante los ojos atónitos del mundo. Y yo creo que es honroso y enaltecedor para la Universidad, en el mundo actuad, el que sea da juventud de sus aulas la que se erige, con gran sensibilidad y admirable arrojo, en exponente de esta conciencia universal. Tributar desde aquí homenaje,, de admiración a esa juventud, no puede ser ajeno al homenaje a Lenin, en la noche de hoy. El que, a su manera y en su lenguaje irracional, le tributan dos custodios del "orden" de las balas, ya lo habéis visto: el mismo de Fernando VII, de Franco y de la gorilocracia: el cierre en masa de Universidades. Un tributo involuntario, pero inequívoco, a la misión que éstas cumplen al servicio de la vida y del futuro.
DOS GRANDES PROBLEMAS
Muchos problemas podrían apuntarse aquí, para abocetar la imagen de Lenin en relación con la cultura, la ciencia, la intelectualidad.
Habría que hablar de su esforzada lucha por salvar, en medio de la tormenta, las tradiciones culturales vivas y fecundas, la herencia cultural de la humanidad, rescatada por la revolución, sin la que no es posible edificar el futuro. De su lucha ejemplar contra la monstruosa aberración del "Proletcult", una "cultura proletaria" muy mal entendida, que propugnaba la ruptura total con la cultura del pasado, la buena y la mala. Había -todavía los hay, en otras latitudes- quienes, confundiendo el marxismo con el anarquismo, como los destructores de máquinas del naciente movimiento obrero, pero ahora en el campo de la intelectualidad -pues nadie puede llevar los desvaríos anarquistas a extremos tan delirantes como el intelectual, cuando se lanza por esos vericuetos--; había, digo, quienes en la vorágine del octubre ruso, predicando un mañana sin ayer, pretendían arrasar con todo y postulaban una cultura y un arte radicalmente nuevos, como si el proletariado, al triunfar como legitimo heredero de las mejores tradiciones culturales de da historia, tuviera que volver, en una enésima recaída en la utopía de la "Edad de Oro", a los balbuceos de la infancia. Afortunadamente, estaban allí la autoridad revolucionaria de Lenin y su clara concepción de la auténtica cultura proletaria, para impedir que semejantes desvaríos prosperasen.
Habría que plantear el gran problema, que, abriendo incalculables perspectivas ante el mundo de hoy, representan la nueva ciencia y la nueva tecnología, al revolucionar la industrial con un nuevo y gigantesco potencial productivo. La aparición de una nueva capa de trabajadores científicos, llamada probablemente, con el tiempo, a desplazar o transformar al obrero manual mediante los procesos de la automatización, centrando sobre nuevas bases, en la sociedad capitalista del imperialismo, si antes no desaparece, el fenómeno de la explotación y la teoría cardinal de la plusvalía. Problema del presente y del inmediato futuro, elite, con asombrosa perspicacia y gran rigor crítico, vislumbró y apunta Marx en sus "Grundrisse" Llegará un día -leemos aquí, en reflexiones registradas ya a mediados del silo pasado- en que "el desarrollo de da ciencia logre que la creación de da riqueza material dependa menos de la cantidad de trabajo empleado que de la potencialidad de los agentes objetivos puestos en marcha" por la nueva tecnología.
De muchas cosas más habría que hablar. Pero el tiempo está limitado. Quisiera, sin embargo, brevemente, tocar dos puntos que considero de gran interés. Se refieren ambos al pensamiento filosófico de Lenin, el tema que en esta vedada se me ha asignado.
LA FILOSOFÍA DE LENIN
La filosofía de Lenin era, como sabemos, el marxismo. Pero, ¿por qué precisamente ésta? No fue adoptada al azar, sino porque la lucha demostró que era el camino para marchar por él hacia la solución de los problemas planteados por da realidad.
"Los revolucionarios rusos -escribe Lenin- han hecho suyo el marxismo literalmente a fuerza de sufrimiento y dolor, en la terrible escuela de las penalidades y los sacrificios, en la búsqueda de un camino certero para salir de un infierno de tormentos hacia la luz y la libertad".
Detrás de estas líneas palpita seguramente la emoción contenida ante el recuerdo de su propio hermano, ejecutado por el zarismo; ante los miles de mártires caídos en los caminos, heroicos pero falsos, de lucha por las libertades de Rusia.
El marxismo, pero, ¿cuál marxismo? Tanto se usa y abusa de este enunciado, que conviene esclarecerlo un poco.
El marxismo es una filosofía medularmente crítica. No se cocina en su propio jugo. Nace y se nutre del conocimiento, de la crítica, rigurosamente documentada, de da vieja sociedad y de las ideas que la expresan. "Es la inteligencia y la explicación de lo que existe -nos enseña Marx- da que entraña a la par la inteligencia de su negación".La negación, para ser dialéctica, viva, tiene que serlo de algo, de una realidad existente. Y no una "negación" pura y simple, caprichosa, sino grávida de la afirmación de otra realidad superior.
El marxista que se alimente a dieta de marxismo, sin ser capaz de digerir los problemas de la realidad, encerrado en su templo como un lama, enhebrando tesis como una letanía e ignorando desdeñosamente cuanto se salga de ellas -repudiando, por ejemplo, ad joven Marx, al Marx premarxista, por no estar en da línea: hasta eso se ha llegado- es una triste caricatura catequística, escolástica, del marxismo, que debe ser, por esencia, vida, creación, audacia y personalidad, visión histórica, apego a las realidades vivas de la hora y rigor crítico. Refiriéndose a esa laya de marxistas de acarreo, dijo una vez Marx, sarcásticamente, que él no era "marxista".
Engels escribió estas palabras, todavía actuales: -El apelativo de marxista les sirve a muchos de cómoda etiqueta para clasificar, sin quebraderos de cabeza, todo lo habido y por haber: se pega ese marbete, y asunto concluido". Esos marxistas de marbete jamás podrán comprender la severa advertencia de Lenin: "Si convirtiéramos el marxismo en un dogma, mataríamos su alma viviente; socavaríamos su base teórica medular; romperíamos los nexos con los problemas prácticos de cada época, que cambian en cada viraje de la historia".
Quien crea que el marxismo de ayer, en bloque, estereotipado, sirve para medir y afrontar los problemas de hoy, para pertrechar a las fuerzas que luchan hoy, es un marxista petrificado. Ese marxismo ni sirvió a Lenin, el más fiel y auténtico de los marxistas, ni nos sirve a nosotros. El marxismo que Lenin nos enseña, el que él practicó, con el que triunfó, es un marxismo, fiel sí a los grandes principios de su filosofía, pero atento a las nuevas realidades, entroncado con el ímpetu y la personalidad de todos los pueblos en lucha e impregnado del espíritu combativo de la juventud.
Esta filosofía es un potencial energético para crear; no un manual de administración de empresas para regentar, como los "juniors", el patrimonio heredado.
El marxismo es, sencillamente, una herramienta para trabajar y un arma para luchar. Cada cual en su trinchera o en su taller. Para nosotros, intelectuales, hombres de ideas, debe ser, si se lo adopta, un método para la intelección, para la ideación, para la crítica, para pensar, para discurrir, para estudiar. Puede que esto resulte incómodo para algunos, para los que aborrecen " la funesta manía de pensar", pero así es. Tampoco el marxismo hace el milagro de convertir en ideas propias las palabras ajenas. No hay en él esas fórmulas mágicas, incantatorias, que -envueltas en palabrería pseudocientífica-, le revelan a uno del deber de pensar por cuenta propia.
El marxismo es -lo mismo en los libros que en la vida, pues esta filosofía no admite, como otras, la contabilidad por partida doble- polémica, lucha. En política, lucha de clases y partidos: en la ciencia -inseparables, por supuesto, una de otra-, debate crítico de ideas y teorías.
Marx y Engels esclarecieron su teoría debatiéndose con las corrientes, positivas y negativas, del caudal teórico de su tiempo y del pasado: los Presocráticos, Platón y Aristóteles; Hegel, Feuerbach, Bruno Bauer y consortes; Adam Smith, Ricardo, Malthus; Max Sfilner, Proudhon, Bakunin, Lasalle y tantos más. Lenin hizo otro tanto con los de la Rusia y la Europa de sus días y sus antecesores: los demócratas revolucionarios, los populistas, los economicistas, los revisionistas y los oportunistas, los "marxistas legales", anticipo de los "marxólogos" de hoy. Luchando incansablemente, con las armas de la crítica, contra los enemigos ideológicos y los falsos amigos, a veces no menos peligrosos. Recogiendo afanosamente, críticamente, todo lo valioso del pensamiento anterior. Sin descender jamás de la plataforma severa de la ciencia. Enorgulleciéndose siempre del rango científico de su doctrina, frente al utopismo y el arbitrismo, la chapucería, el dogmatismo y la beatería de la congregación.
Así, pues, jóvenes amigos, estudiantes: estudiar y luchar. Para que la ciencia, como quería el autor del "Fausto", el drama del intelectual, inyecte su vigorosa savia al árbol frondoso de la vida, que es la lucha.
Conocer la historia del mundo. Estudiar profundamente, ahincadamente, la historia y la situación de México, sus realidades y posibilidades, sus luces y sus sombras, la vida y las batallas de su pueblo y sus perspectivas de desarrollo. Con gran aliento, pero con la rigurosa objetividad leninista; sin confundir los deseos con la realidad. Sin caer ni en el abatimiento ni en el desvarío. Lenin lo decía muy gráficamente: ni el gallo cacareando en lo alto de la torre ni el gato agazapado debajo de la cama.
Sólo los ignorantes o los necios pueden sostener que el marxismo niega la nacionalidad. "La patria, el medio político, social y cultural en que se vive -nos dice Lenin- es el factor más poderoso de la lucha de clases". Pero el sentimiento nacional debe conjugarse siempre con las luchas universales de los pueblos, cada día más hermanados en la acción común por objetivos comunes. Nadie, en la Universidad, que debe ser universalidad, humanismo y humanidad, puede dejarse engañar por la cantinela aldeana de las que llaman "ideas exóticas". Las ideas no están sujetas a ley de inmigración, sino a la instancia universal de la razón y la verdad. Los aranceles --como dijo Enrique Heine al aduanero-, no rigen para lo que se alberga en las cabezas de los hombres. Y mirando siempre con fe al mañana: tenía razón nuestro gran Antonio Machado: " un pueblo es siempre una empresa futura".
Estudiarlo todo, para poderlo asimilar o desechar, empezando por conocerlo. Para ejercer, cuando sea necesario, el irrenunciable derecho universitario y humano de la discrepancia, basada en el discernimiento. Estudiar marxismo, pero también premarxismo, panamarxismo y hasta antimarxismo. Con los ojos bien abiertos. Y si, en el debate libre y en la brega de das ideas, es el primero, por sus quilates científicos, el que prevale, a trabajar por él y con él. Pero, como ciudadanos, y no como súbditos.
Este era el primer punto que me proponía abordar. El segundo se refiere a los problemas de la libertad y la verdad en el leninismo.
VERDAD Y LIBERTAD
Es natural que, para nosotros, que hemos consagrado a ello nuestras vidas, desde la cátedra, sean fundamentales los conceptos de la verdad y la libertad. Por ellas luchamos. Hacia esas metas creemos que debe orientarse la Universidad, como conciencia de la sociedad y formadora de hombres. Verdad y libertad marchan unidas. "La verdad os hará libres", decía San Juan, el evangelista. Pero no - como lo entendía el Evangelio, luego Fichte, al recoger la frase - de un modo inmanente, por su propia virtud, sino como derrotero de las fuerzas que luchan por la libertad.
Importa, pues, mucho saber qué nos enseñan Lenin y el marxismo, qué nos dicen todos los grandes pensadores, acerca, de estos dos postulados permanentes.
Entre dos grandes batallas - la del 5 y la del 17- se sentó Lenin, en la emigración, a escribir un libro de filosofía. Recuerda uno, muy de lejos, a Marco Aurelio, registrando sus meditaciones filosóficas junto a las murallas de la sitiada Vindobonna. Pero, ¡cuán diferente! Dos hombres, dos mundos, dos filosofías. Frente al emperador, atormentado, que refleja en su introspección la crisis del imperio romano agonizante, el campeón de los trabajadores, seguro del mañana, forjando, en un mundo nuevo, las armas espirituales para el proletariado victorioso.
En "Materialismo y empiriocriticismo", la obra a que me refiero, Lenin afirma vigorosamente su personalidad como filósofo. Defiende con ímpetu militante la teoría del conocimiento del marxismo: conocer la realidad del mundo, para transformarlo. Apenas nadie se acordaría hoy de los nombres de Mach y Avenarius, adalides del "empiriocriticismo" a la sazón en boga, si Lenin no los hubiera salvado para la posteridad. Pero, en su día, bajo el signo de la depresión, hija de la derrota, aquellas doctrinas, abriendo la puerta al misticismo, amenazaban con enturbiar la lúcida conciencia de quienes necesitaban ver claro. La batalla filosófica era, en aquella coyuntura, una batalla revolucionaria. Por eso Lenin arremetió contra aquellos oscuros, pero peligrosos profesores, como en su tiempo hicieran Marx y Engels contra Dúhring, otro nombre cancelado. En este libro, ocupan preeminente lugar los problemas de la verdad y la libertad.
En esto como en todo, la posición de Lenin es la de la fecundidad de las ideas. La del pensador revolucionario para quien el pensamiento, hecho acción, es el camino que va de la realidad hacia otra más alta. El camino de la realización. Lo que él busca y afirma es la libertad, no sólo comprendida, sino realizada. No la libertad que va hacia el morir, como los ríos de Jorge Manrique. Ni da de Kirílov, el personaje de "Los Endemoniados", de Dostoyevski - dramático símbolo del intelectual marginado en la lucha - que se suicida para afirmar, en radical autocrítica, la absoluta y estéril libertad de su persona. Los caminos de la historia están sembrados de cadáveres de libertades asesinadas o suicidadas. El historiador se siente ya harto de reseñar heroísmos fracasados, en esa "hazaña de la libertad" de que nos habla Benedetto Croce. Ahora, las fuerzas forjadoras de la historia han sentado las bases para que pueda escribirse, y sobre todo hacerse, la historia de da libertad victoriosa. Y la libertad, no sólo para unos cuantos, para los lobos, sino para todos, para los hombres. Comenzando por los que, en la conquista de la suya, hacen posible la de los demás. La libertad, desentrañada, de la realidad objetiva. La que Engels, en diamantina frase Hegeliana, definiera corno " la conciencia de da necesidad": la necesidad comprendida y dominada. La libertad que, por fin, tiene a su servicio la fuerza, en vez de verse atropellada por ella. La libertad para romper todas las cadenas e instaurar un mundo sin explotación: así concebía Lenin la libertad.
Por eso y en función de eso, tenía que ser la verdad, para él, consecuentemente, como lo era, la verdad objetiva, contenida en los hechos y en las huchas, en la realidad y en las fuerzas que la impulsan. La verdad activa y dinámica, no la verdad contemplativa. No la verdad eterna y absoluta, que es la verdad quimérica de los dioses, sino la verdad real de los Hombres. La verdad de la historia, y no la del taumaturgo. La verdad, fuerza creadora y fecundadora. Lenin jamás se preguntó, como Poncio Pilato, qué es ni dónde está da verdad. Sabía muy bien lo que era y dónde estaba. La verdad, para él, es siempre revolucionaria y está donde esté la revolución: es el norte de das potencias llamadas por da historia a transformar el mundo.
Y, por tanto, operativamente, atributo de partido. Brújula del destacamento creado para infundir a esas fuerzas conciencia y seguridad, llevándolas a la meta. Una verdad destinada también a realizarse, y no solamente a proclamarse, como hasta ahora se venía haciendo, y no por cierto estérilmente - yo no do pienso así -, sino como progresión Hacia la nueva verdad. Es el leal y diáfano partidismo leninista de la verdad militante, frente a la farisaica o ilusoria imparcialidad de una verdad enfeudada a las potencias del dinero y la mentira.
Aquí, como en toda su obra y en su vida entera, es la unidad dialéctica, fecundadora, de teoría y práctica, de idea y acción, la que resuelve la aparente antinomia, insoluble para quienes se detienen, inermes, ante lo contemplativo, de una verdad objetiva que es, al mismo tiempo., y por serlo, una verdad de partido, que toma partido abiertamente por las fuerzas de da verdad.
Nadie como Lenin hizo realidad, con el alumbramiento de un mundo nuevo y un hombre nuevo, las palabras luminosas de Goethe, el gran cantor de la vida, a las que creo que la Universidad, en el terreno de las ideas y de la cátedra, tiene que hacer honor:
"Amar lo vivo; marchar hacia metas cada vez más altas; quitar de en medio cuanto estorbe en el camino de da humanidad".