En un giro inesperado de los hechos, la reciente masacre en la Sala de Conciertos Crocus de Moscú ha desatado una oleada especulativa y de propaganda en los medios de comunicación, y que resulta imposible disociar del contexto bélico mundial y, en particular, de la operación de Estados Unidos y la OTAN en Ucrania. Lo que en un primer lugar señalaba al Estado Islámico-ISIS como el único responsable, un análisis más detallado y la revelación de pruebas en los días consiguientes ha mostrado serias inconsistencias y agendas internacionales ocultas que merecen ser examinadas detenidamente.
¿Qué sucedio? El ataque terrorista ocurrió en la Sala de Conciertos Crocus en Moscú, con varios perpetradores implicados. Los métodos y la ejecución del ataque generaron un debate sobre los verdaderos responsables y las motivaciones detrás de los atentados. Sorprendentemente, y con unas declaraciones que no tenían lugar en aquel momento un portavoz estadounidense rápidamente descartó la implicación de Ucrania, enfocando la atención exclusivamente en el ISIS. Es inusual que los servicios de inteligencia se pronuncien tan rápidamente. Tan solo 55 minutos después del ataque, ya se descartaba la implicación de Ucrania. ¿Qué sabían ellos que nosotros no? La reacción inmediata de Estados Unidos post-atentado, en particular la solicitud hecha por John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, resulta intrigante. Kirby instó a que no se establecieran vínculos entre el régimen de Kiev y el atentado. Esta afirmación inusualmente rápida por parte de las agencias de inteligencia occidentales hacía sospechar, con una increíble torpeza, dudas significativas sobre las motivaciones y certezas subyacentes al atentado. ¿Por qué la urgencia de desvincular a Kiev? ¿Qué implicaciones ha tenido esta solicitud para la narrativa global del incidente y las relaciones internacionales? Lo que llama la atención es la advertencia emitida por EE.UU. algunas semanas antes del ataque, donde alertaban a sus ciudadanos sobre la posibilidad de un evento terrorista en la región. Pero, ¿qué sabían realmente y cuál era la base de tal advertencia?
El Estado Islámico o ISIS, es conocido por operar en un eje que va desde Turquía hasta Irán, y hasta la fecha nunca había mostrado un interés particular en Rusia, centrándose fundamentalmente sobre los Talibán y operaciones en Irán. El ISIS se ha extendido como una 'ratonera' desde Afganistán. La ausencia de un interés claro y distinto sobre Rusia por parte del ISIS sugiere que los hechos son más turbios de lo que en un primer lugar, o algunos mensajes en la red social X, pudieran apuntar.
En su intervención a la nación tras los atentados, Vladimir Putin reveló que se habían detenido a 11 individuos, incluyendo cuatro de los atacantes que intentaban huir hacia Ucrania. Según la información preliminar, parece que había una "ventana" planeada en la frontera ucraniana para facilitar su escape. Esto, sin duda, abre un nuevo capítulo en la investigación de estos atroces actos.
Lo más intrigante es el perfil de los autores detenidos. Los detalles sugieren que son mercenarios y no ideólogos.A diferencia de los seguidores ideológicos del ISIS, que buscan el martirio, estos individuos parecían más interesados en escapar que en continuar la matanza, un patrón atípico para las operaciones del ISIS, donde los atacantes suelen continuar hasta ser abatidos . Esto refuerza la hipótesis de que podría tratarse de mercenarios, movidos más por incentivos financieros que por convicciones ideológicas. Al abordar las complejidades del terrorismo internacional, es crucial examinar la interacción entre diversos grupos y actores geopolíticos y, en particular, la conexión entre ISIS y Ucrania. Varios Informes y cables filtrados apuntan sólidamente a que miembros de ISIS han participado en la guerra en Ucrania frente a Rusia. Un ejemplo destacado es Abdulkhakim Shishani (Abdulkakim Sisani), de origen georgiano, quien ha estado en Ucrania y se le atribuye ser el nexo entre la Dirección Principal de Inteligencia del Ministerio de Defensa de Ucrania y grupos islamistas radicales que lideraba en Siria. Existen amplia documentación recabada a lo largo de los años que detalla que, en ciertos contextos, ISIS ha actuado más como un grupo de mercenarios que como un ejército yihadista tradicional.
Esta perspectiva sugiere que sus acciones podrían estar más alineadas con intereses de agencias de inteligencia externas, como la CIA, que con los preceptos religiosos de Alá y Mahoma. Hay que recordar aquellas declaraciones de Hillary Clinton, Secretaria de Estado de Barack Obama, en las que reconocía que la autoría de la creación de Al Quaeda era EEUU. Esas declaraciones son la base de aquel famoso discurso de Donald Trump en 2016 en las que acusaba directamente a Obama y Clinton de estar detrás de la creación del ISIS.
De este modo, se abre un nuevo escenario, sabemos quiénes ejecutaron el atentado, pero la pregunta clave sigue siendo: ¿Quién está detrás del ataque terrorista en Moscú en el que murieron más de 140 ciudadanos?
Aquí entra en juego la geopolítica. La insistencia de Occidente en atribuir el ataque únicamente al ISIS, incluso antes de que la investigación rusa avanzase, sugiere una posible operación cuyo objeto era desviar la atención y de controlar la narrativa antes de que aflorasen las pruebas y se desvelase la materialidad de los hechos. El Global Times de Pekín apunta quirúrgicamente a las implicaciones geopolíticas de tal acusación, sugiriendo que reconocer la implicación de Ucrania podría disminuir el apoyo a Kiev, lo cual sería un golpe significativo para las ambiciones de la Estados Unidos y la OTAN en la región, y sus lacayos en la Unión Europea, que como bien apunta el Global Times ha perdido autonomía estratégica y haciéndola dependiente de la agenda exterior de Estados Unidos.
Al margen del grado de implicación, la participación de elementos nacionalistas ucranianos, como el batallón nazifascista Azov, así como de militantes del ISIS o la simple contratación de mercenarios, en todos estos escenarios existe un nexo o hilo conductor común que apunta hacia la participación, directa o indirecta, de Ucrania y, por extensión, ciertas agencias de inteligencia occidentales, como la CIA y el MI6.
Este ataque terrorista se produce en un momento crítico para Ucrania, que se encuentra literalmente sin posibilidad alguna de hacer frente a Rusia, y máxime desde el inicio del genocidio tácito de Israel al pueblo palestino, que supone la redirección de las remesas armamentísticas hacia Israel que antes iban destinadas a Ucrania, y pocos días más tarde de la victoria electoral aplastante de Vladimir Putin que pone fin a las esperanzas occidentales de una fracción en la unidad social del pueblo Ruso.
La 'Operación Ucrania' se ha convertido en un eje central para la UE, representando sus valores frente a lo que consideran veladamente la 'horda bárbara' de Rusia. Pero este ataque pone en tela de juicio la narrativa occidental y con serias implicaciones, tanto en términos de relaciones internacionales como de seguridad interna. Y es que el caso de la Sala de Conciertos Crocus pone en evidencia las vulnerabilidades de la Unión Eeuropea y pone en duda su soberanía en materia de seguridad y política exterior. Este atentado debe ser un catalizador para reexaminar y redefinir la autonomía estratégica de Europa.
Mientras las investigaciones continúan, el atentado en Moscú no solo es un trágico recordatorio de la fragilidad de la paz, en un contexto de rápida escalada bélica por parte de los gobiernos europeos, sino también un complejo rompecabezas geopolítico. Lo que parece ser una clara atribución a un grupo terrorista conocido se convierte, bajo un escrutinio más riguroso, en un laberinto de intrigas políticas y agendas cada vez más ocultas. En estos últimos días, casualmente EEUU reflota los supuestos ataques sónicos contra Estados Unidos en La Habana acusando, como no, a Rusia y, por extensión, de que Cuba está al servicio de Vladimir Putin. Como bien apuntaba Johana Tablada no existe tal ataque o llamado “síndrome de La Habana”, lo que sí existe verdaderamente es el síndrome de Washington, un síndrome que hay que ir a buscar en la oficina del senador Marco Rubio.
Es fundamental, en el marco actual de las guerras cognitivas y de relato de nuestro presente cuestionar las narrativas facilonas, y pasar de ser sujetos pacientes de la información a comprometernos con la información y al análisis multicapa que supone. geopolítica contemporánea. Vivimos en un tablero de ajedrez, y una vez más, parece que somos los peones.