miércoles, 23 de abril de 2025

Lenin y el socialismo

¿Sigue Lenin y sus ideas interpelando a la Cuba de hoy?

En la emisión especial de Mesa Redonda del 22 de abril, dedicada a "Lenin y el socialismo" en el 155 aniversario del nacimiento de Lenin, ofreció una exposición multidisciplinar que rehuyó de lugares comunes, vulgarizantes, para pasar a situar a Lenin como lo que sigue siendo en rigor: un laboratorio vivo de pensamiento político. No como figura de culto, sino como un sistema abierto de ideas cuya vigencia no reside en la cita automática, sino en su capacidad para dar luz procesos históricos concretos y para intervenir estratégicamente sobre ellos.

La intervención de la investigadora del Instituto de Filosofía de Cuba y Vicepresidenta de la Academia de Ciencias, Olga Fernández Ríos recupera la actualidad del concepto leninista de imperialismo. Lejos de estar superado por la historia, ese concepto puede —y debe— leerse hoy con lo que llamó “gafas de silicio”. El viejo binomio de capital financiero e industrial, explicó, se ha transformado en una triada de plataformas tecnológicas, fondos de inversión y poder militar, que reproducen con mayor sofisticación la lógica de concentración que Lenin diagnosticó en 1916. Esta caracterización no es meramente retórica: permite una lectura articulada del presente, donde las sanciones, los bloqueos financieros y las guerras híbridas no aparecen como fenómenos aislados, sino como estrategias estructurales del capitalismo digital-financiero en su fase actual.

Desde una perspectiva complementaria, el economista Ayuban Gutiérrez Quintanilla abordó el mismo problema desde el ángulo de la economía política, mostrando cómo la forma actual del imperialismo se expresa también en los sistemas fiscales y comerciales. Señaló que la extracción de valor en la periferia ya no ocurre solo a través de bienes primarios, sino por la vía de la apropiación de datos, rentas financieras y lógicas de subordinación tecnológica. En este sentido, propuso pensar la soberanía no solo en términos productivos, sino también en clave fiscal, monetaria y cognitiva.

La compañera Marxlenin Valdés, profesora de marxismo, llevó el análisis a un nivel filosófico y metodológico más profundo, reivindicando el principio leninista del análisis concreto de la situación concreta como antídoto contra el dogmatismo. “Lenin no es una reliquia”, afirmó, “es una brújula que demuestra que sin teoría revolucionaria no hay práctica transformadora, y sin práctica, la teoría se fosiliza”. Lejos de la liturgia apologética, estructuró toda su intervención: Lenin, dijo, no nos lega un recetario, sino una epistemología militante, una lógica dialéctica que exige confrontar cada coyuntura histórica con instrumentos teóricos capaces de interpretarla, tensionarla y transformarla.

Fue particularmente lúcida su defensa de la democracia socialista, entendida no como una forma degenerada de la democracia liberal, sino como su superación cualitativa. La “dictadura del proletariado”, en su formulación original, no es negación de derechos sino afirmación de una democracia de los productores, de quienes sostienen materialmente la vida. En este sentido, Pérez Valdés insistió en que los socialismos del siglo XXI, si quieren tener horizonte estratégico, deben reactivar no solo sus formas institucionales, sino sus mecanismos de participación crítica, control popular y deliberación consciente.

La discusión abordó también la cuestión cultural con especial agudeza. Tanto Fernández como Pérez Valdés coincidieron en señalar que Lenin comprendió tempranamente que la hegemonía no es solo política o económica, sino también simbólica y cognitiva. En un entorno dominado por plataformas que fabrican realidad, viralizan odio y erosionan vínculos sociales, defender la revolución pasa también por disputar el sentido común, la sensibilidad y los lenguajes. “Lenin entendió que sin hegemonía cultural no hay revolución que resista”, afirmó Pérez Valdés. Y en efecto: la prensa revolucionaria, la pedagogía crítica, la producción simbólica emancipadora siguen siendo herramientas fundamentales para enfrentar la nueva barbarie: una barbarie digital, emocional, espectacularizada, pero no por eso menos efectiva.

En uno de los momentos más consistentes del programa, Gutiérrez añadió que esta nueva forma de opresión simbólica no es un epifenómeno cultural, sino que tiene base material: los modelos de negocio de las grandes plataformas, su lógica algorítmica y su poder de concentración condicionan estructuralmente las formas de interacción, percepción y subjetivación. Por ello, afirmó, la disputa cultural no puede desvincularse de la crítica política de la economía, ni del diseño institucional de políticas de soberanía digital.

Lenin no es una herencia muerta, es un instrumento activo para pensar problemas contemporáneos: “Interpretar el capitalismo de silicio, diseñar un socialismo creativo y combatir la barbarie cultural: para todo eso, Lenin sigue en el laboratorio”.

Espacios como este programa de Mesa Redonda, infrecuentes pero necesarios, no celebran a Lenin como mito, sino que lo reinstalan como teórico del conflicto, estratega del presente, filósofo de la praxis. Desde una perspectiva materialista, histórica y crítica, es precisamente ahí —en esa capacidad de volver a activar conceptos, de hacerlos trabajar sobre lo real— donde radica el valor de su pensamiento. Y es ahí desde donde hoy debemos seguir leyéndolo.