Se ha ido un maestro. Con la muerte de José Daniel Lacalle Sousa desaparece una de las voces más lúcidas del marxismo español de las últimas décadas, pero nos queda un legado intelectual que seguirá alumbrando a quienes buscan aprehender el presente desde las herramientas del materialismo histórico.
Lacalle representa una rara coherencia: la de quien escribe desde la libertad de no estar secuestrado por redes clientelares ni académicas, en un país donde la universidad, residuo institucional del antiguo régimen, tantas veces reducida a fortín de castas y jerarquías, impuso durante años un silencio selectivo sobre el pensamiento marxista. Daniel supo mantenerse al margen de esas estructuras, y desde el papel de intelectual orgánico elaboro una obra sólida, rigurosa y comprometida con la clase obrera. En el mapa de la filosofía y la sociología marxista de los años ochenta, Lacalle forma parte de un verdadero tridente junto a Gustavo Bueno y Carlos París. Tres pensadores que, desde distintas perspectivas, abrieron un campo fértil de reflexión sobre las ciencias: Bueno con su gnoseología materialista, París con su análisis de la relación entre ética e ideología en la ciencia, y Lacalle desde la economía política y la sociología de la ciencia. Un diálogo intenso y crítico que encontró cauce en revistas como Argumentos y Nuestra Bandera, así como en múltiples publicaciones de la y como . Su obra nunca se limitó a la abstracción académica. Lacalle pensó la ciencia desde la realidad concreta de la economía y del trabajo, explorando cómo las transformaciones productivas inciden en la configuración de la clase obrera y en la conflictividad social. De ahí la trascendencia de títulos como "La clase obrera en España: continuidades, transformaciones, cambios", donde diseccionó con minuciosidad las mutaciones de la fuerza de trabajo en nuestro país, o "Conflictividad y crisis" (un texto sobre el que tuve el placer de colaborar como parte de la FIM), un análisis de largo alcance que conecta la estructura económica con las dinámicas sociales y políticas. Reducir a Lacalle a sus libros y artículos sería injusto. Quienes lo conocimos sabemos que su verdadera escuela estaba también en la conversación. En su casa de Madrid, entre cafés y horas de diálogo inagotable, desplegaba un magisterio que no estaba hecho de dogmas, sino de preguntas incisivas y razonamientos que nos obligaban a pensar con rigor. Era un intelectual comprometido, sí, pero también un maestro en el sentido más filosófico del término: aquel que enseña a pensar por uno mismo. Su muerte, de la que nos enteramos ya demasiado tarde, deja un vacío inmenso en la tradición marxista de nuestro país y de nuestro tiempo. Sin embargo, su voz permanece en sus escritos, en sus análisis de la economía y del mundo del trabajo, y en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de aprender de él.miércoles, 17 de septiembre de 2025
Daniel Lacalle: un marxista descastado.
miércoles, 23 de abril de 2025
Lenin y el socialismo
¿Sigue Lenin y sus ideas interpelando a la Cuba de hoy?
En la emisión especial de Mesa Redonda del 22 de abril, dedicada a "Lenin y el socialismo" en el 155 aniversario del nacimiento de Lenin, ofreció una exposición multidisciplinar que rehuyó de lugares comunes, vulgarizantes, para pasar a situar a Lenin como lo que sigue siendo en rigor: un laboratorio vivo de pensamiento político. No como figura de culto, sino como un sistema abierto de ideas cuya vigencia no reside en la cita automática, sino en su capacidad para dar luz procesos históricos concretos y para intervenir estratégicamente sobre ellos.
La intervención de la investigadora del Instituto de Filosofía de Cuba y Vicepresidenta de la Academia de Ciencias, Olga Fernández Ríos recupera la actualidad del concepto leninista de imperialismo. Lejos de estar superado por la historia, ese concepto puede —y debe— leerse hoy con lo que llamó “gafas de silicio”. El viejo binomio de capital financiero e industrial, explicó, se ha transformado en una triada de plataformas tecnológicas, fondos de inversión y poder militar, que reproducen con mayor sofisticación la lógica de concentración que Lenin diagnosticó en 1916. Esta caracterización no es meramente retórica: permite una lectura articulada del presente, donde las sanciones, los bloqueos financieros y las guerras híbridas no aparecen como fenómenos aislados, sino como estrategias estructurales del capitalismo digital-financiero en su fase actual.
Desde una perspectiva complementaria, el economista Ayuban Gutiérrez Quintanilla abordó el mismo problema desde el ángulo de la economía política, mostrando cómo la forma actual del imperialismo se expresa también en los sistemas fiscales y comerciales. Señaló que la extracción de valor en la periferia ya no ocurre solo a través de bienes primarios, sino por la vía de la apropiación de datos, rentas financieras y lógicas de subordinación tecnológica. En este sentido, propuso pensar la soberanía no solo en términos productivos, sino también en clave fiscal, monetaria y cognitiva.
La compañera Marxlenin Valdés, profesora de marxismo, llevó el análisis a un nivel filosófico y metodológico más profundo, reivindicando el principio leninista del análisis concreto de la situación concreta como antídoto contra el dogmatismo. “Lenin no es una reliquia”, afirmó, “es una brújula que demuestra que sin teoría revolucionaria no hay práctica transformadora, y sin práctica, la teoría se fosiliza”. Lejos de la liturgia apologética, estructuró toda su intervención: Lenin, dijo, no nos lega un recetario, sino una epistemología militante, una lógica dialéctica que exige confrontar cada coyuntura histórica con instrumentos teóricos capaces de interpretarla, tensionarla y transformarla.
Fue particularmente lúcida su defensa de la democracia socialista, entendida no como una forma degenerada de la democracia liberal, sino como su superación cualitativa. La “dictadura del proletariado”, en su formulación original, no es negación de derechos sino afirmación de una democracia de los productores, de quienes sostienen materialmente la vida. En este sentido, Pérez Valdés insistió en que los socialismos del siglo XXI, si quieren tener horizonte estratégico, deben reactivar no solo sus formas institucionales, sino sus mecanismos de participación crítica, control popular y deliberación consciente.
La discusión abordó también la cuestión cultural con especial agudeza. Tanto Fernández como Pérez Valdés coincidieron en señalar que Lenin comprendió tempranamente que la hegemonía no es solo política o económica, sino también simbólica y cognitiva. En un entorno dominado por plataformas que fabrican realidad, viralizan odio y erosionan vínculos sociales, defender la revolución pasa también por disputar el sentido común, la sensibilidad y los lenguajes. “Lenin entendió que sin hegemonía cultural no hay revolución que resista”, afirmó Pérez Valdés. Y en efecto: la prensa revolucionaria, la pedagogía crítica, la producción simbólica emancipadora siguen siendo herramientas fundamentales para enfrentar la nueva barbarie: una barbarie digital, emocional, espectacularizada, pero no por eso menos efectiva.
En uno de los momentos más consistentes del programa, Gutiérrez añadió que esta nueva forma de opresión simbólica no es un epifenómeno cultural, sino que tiene base material: los modelos de negocio de las grandes plataformas, su lógica algorítmica y su poder de concentración condicionan estructuralmente las formas de interacción, percepción y subjetivación. Por ello, afirmó, la disputa cultural no puede desvincularse de la crítica política de la economía, ni del diseño institucional de políticas de soberanía digital.
Lenin no es una herencia muerta, es un instrumento activo para pensar problemas contemporáneos: “Interpretar el capitalismo de silicio, diseñar un socialismo creativo y combatir la barbarie cultural: para todo eso, Lenin sigue en el laboratorio”.
Espacios como este programa de Mesa Redonda, infrecuentes pero necesarios, no celebran a Lenin como mito, sino que lo reinstalan como teórico del conflicto, estratega del presente, filósofo de la praxis. Desde una perspectiva materialista, histórica y crítica, es precisamente ahí —en esa capacidad de volver a activar conceptos, de hacerlos trabajar sobre lo real— donde radica el valor de su pensamiento. Y es ahí desde donde hoy debemos seguir leyéndolo.
En la emisión especial de Mesa Redonda del 22 de abril, dedicada a "Lenin y el socialismo" en el 155 aniversario del nacimiento de Lenin, ofreció una exposición multidisciplinar que rehuyó de lugares comunes, vulgarizantes, para pasar a situar a Lenin como lo que sigue siendo en rigor: un laboratorio vivo de pensamiento político. No como figura de culto, sino como un sistema abierto de ideas cuya vigencia no reside en la cita automática, sino en su capacidad para dar luz procesos históricos concretos y para intervenir estratégicamente sobre ellos.
La intervención de la investigadora del Instituto de Filosofía de Cuba y Vicepresidenta de la Academia de Ciencias, Olga Fernández Ríos recupera la actualidad del concepto leninista de imperialismo. Lejos de estar superado por la historia, ese concepto puede —y debe— leerse hoy con lo que llamó “gafas de silicio”. El viejo binomio de capital financiero e industrial, explicó, se ha transformado en una triada de plataformas tecnológicas, fondos de inversión y poder militar, que reproducen con mayor sofisticación la lógica de concentración que Lenin diagnosticó en 1916. Esta caracterización no es meramente retórica: permite una lectura articulada del presente, donde las sanciones, los bloqueos financieros y las guerras híbridas no aparecen como fenómenos aislados, sino como estrategias estructurales del capitalismo digital-financiero en su fase actual.
Desde una perspectiva complementaria, el economista Ayuban Gutiérrez Quintanilla abordó el mismo problema desde el ángulo de la economía política, mostrando cómo la forma actual del imperialismo se expresa también en los sistemas fiscales y comerciales. Señaló que la extracción de valor en la periferia ya no ocurre solo a través de bienes primarios, sino por la vía de la apropiación de datos, rentas financieras y lógicas de subordinación tecnológica. En este sentido, propuso pensar la soberanía no solo en términos productivos, sino también en clave fiscal, monetaria y cognitiva.
La compañera Marxlenin Valdés, profesora de marxismo, llevó el análisis a un nivel filosófico y metodológico más profundo, reivindicando el principio leninista del análisis concreto de la situación concreta como antídoto contra el dogmatismo. “Lenin no es una reliquia”, afirmó, “es una brújula que demuestra que sin teoría revolucionaria no hay práctica transformadora, y sin práctica, la teoría se fosiliza”. Lejos de la liturgia apologética, estructuró toda su intervención: Lenin, dijo, no nos lega un recetario, sino una epistemología militante, una lógica dialéctica que exige confrontar cada coyuntura histórica con instrumentos teóricos capaces de interpretarla, tensionarla y transformarla.
Fue particularmente lúcida su defensa de la democracia socialista, entendida no como una forma degenerada de la democracia liberal, sino como su superación cualitativa. La “dictadura del proletariado”, en su formulación original, no es negación de derechos sino afirmación de una democracia de los productores, de quienes sostienen materialmente la vida. En este sentido, Pérez Valdés insistió en que los socialismos del siglo XXI, si quieren tener horizonte estratégico, deben reactivar no solo sus formas institucionales, sino sus mecanismos de participación crítica, control popular y deliberación consciente.
La discusión abordó también la cuestión cultural con especial agudeza. Tanto Fernández como Pérez Valdés coincidieron en señalar que Lenin comprendió tempranamente que la hegemonía no es solo política o económica, sino también simbólica y cognitiva. En un entorno dominado por plataformas que fabrican realidad, viralizan odio y erosionan vínculos sociales, defender la revolución pasa también por disputar el sentido común, la sensibilidad y los lenguajes. “Lenin entendió que sin hegemonía cultural no hay revolución que resista”, afirmó Pérez Valdés. Y en efecto: la prensa revolucionaria, la pedagogía crítica, la producción simbólica emancipadora siguen siendo herramientas fundamentales para enfrentar la nueva barbarie: una barbarie digital, emocional, espectacularizada, pero no por eso menos efectiva.
En uno de los momentos más consistentes del programa, Gutiérrez añadió que esta nueva forma de opresión simbólica no es un epifenómeno cultural, sino que tiene base material: los modelos de negocio de las grandes plataformas, su lógica algorítmica y su poder de concentración condicionan estructuralmente las formas de interacción, percepción y subjetivación. Por ello, afirmó, la disputa cultural no puede desvincularse de la crítica política de la economía, ni del diseño institucional de políticas de soberanía digital.
Lenin no es una herencia muerta, es un instrumento activo para pensar problemas contemporáneos: “Interpretar el capitalismo de silicio, diseñar un socialismo creativo y combatir la barbarie cultural: para todo eso, Lenin sigue en el laboratorio”.
Espacios como este programa de Mesa Redonda, infrecuentes pero necesarios, no celebran a Lenin como mito, sino que lo reinstalan como teórico del conflicto, estratega del presente, filósofo de la praxis. Desde una perspectiva materialista, histórica y crítica, es precisamente ahí —en esa capacidad de volver a activar conceptos, de hacerlos trabajar sobre lo real— donde radica el valor de su pensamiento. Y es ahí desde donde hoy debemos seguir leyéndolo.
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