lunes, 7 de julio de 2008

Cuestiones breves en torno a la vigencia del pensamiento filosófico-político de Gramsci.

«El punto de partida para la acción de los hombres es la realidad histórica concreta»
Antonio Gramsci es una de las figuras más relevantes de la cultura y la política italiana contemporánea. Sin embargo, la obra de Gramsci abandona el marco nacional italiano – aunque esté estrechamente ligada a éste – para convertirse en uno de los referentes fundamentales para cualquier estudio sistemático en torno a las relaciones que se establecen entre cultura, la práctica política y el papel de tales relaciones en la transformación económica, social y productiva de los países capitalistas “industrialmente avanzados”. Es, utilizando la clasificación de Perry Ánderson, el último exponente del llamado “marxismo de tercera generación” además de hallarse entre los teóricos marxistas más citados. Sus tesis se revindican con asiduidad como las más operativas para la actual fase del capitalismo en el marco de las llamadas “democracias avanzadas” (como se define a la Constitución Española en su preámbulo). Tras la crisis del socialismo realmente existente podemos considerar que las vías al socialismo en occidente planteadas por nuestro autor son, cuando menos, una alternativa a tener en consideración de entre las planteadas por los distintos – y a veces contrapuestos – desarrollos del marxismo desde sus orígenes hasta nuestros días.
El pensamiento gramsciano ha oscilado históricamente entre la admiración de aquellos que quieren ver en él una prueba de la solidez y fertilidad de una tradición que, lejos de languidecer, renace, y la de aquellos otros que creen que su intento no es más que la constatación de la agonía de un sistema filosófico trasnochado. Si bien creemos que la mayoría estarán de acuerdo en que Gramsci orienta y reorganiza algunas de las categorías fundamentales del materialismo marxista en una nueva dirección. Esto suscitará una problemática para discernir cuál es el contenido de tal novedad. Las fórmulas que tradicionalmente se han venido utilizado para determinar dónde reside esta importancia no dan cuenta siempre de la misma y, en muchos casos, son excesivamente estrechas y reduccionistas, muy por debajo de la magnitud de aquello que buscan aprehender.
La insuficiencia de las fórmulas que comúnmente han sido utilizadas para evaluar la obra de Gramsci procede, por un lado, de la voluntad de entender su pensamiento como una adición al cuadro general del materialismo histórico interpretando éste a través de una supuesta “línea tradicional”. Por lo tanto, esta adición sería explicada como una suerte de penetración o desarrollo de unos componentes subjetivos que tradicionalmente habrían sido desatendidos por el materialismo histórico a favor de otras interpretaciones más “científicas”, más objetivas – sean estas mecanicistas, sean estructuralistas – o bien, por otra parte, que tal “aportación” se centraría en el reconocimiento de las superestructuras – de las ideologías y de sus técnicos, es decir, de los “intelectuales”– en el proceso de la historia y de la práctica política1. Frecuentemente, la evaluación de las concepciones gramcianas sobre la importancia del papel histórico de las ideologías tenderá a ser explicada precisamente en el contexto de las “condiciones subjetivas” convirtiendo así a Gramsci en un teórico de aparato, del “maquiavelismo” leninista. Gramsci será, desde estas coordenadas, un ideólogo – en oposición al “científico” del materialismo estructuralista – del humanismo y del historicismo absoluto «entendidos ad hoc como incompatibles con una lectura científica del El Capital »2.
Este fenómeno se encuentra en gran medida determinado por el hecho de que la mayor parte de los escritos de nuestro autor fueron concebidos como una “primera aproximación” a los distintos temas que se proponía abordar con el fin de desarrollarlos posteriormente de forma más sistemática y concreta. Esta falta de sistematicidad en la elaboración de sus trabajos impediría, como señala Francisco Fdz. Buey «cualquier intento de hacer con su vida y con su obra, incluso como reacción ante el olvido, una hagiografía»3. Desde los “flecos” que se desprenderían de cada uno de los análisis esbozados por Gramsci sobre muy diversos temas se han derivado – entre aquellos que pretenden constituirse como fieles seguidores y guardianes del pensamiento gramsciano – multitud de corrientes interpretativas. La mayor parte de ellas o bien no pasan de ser una suerte de hermenéutica humanista que surgiría del ejercicio de una desconexión entre el utillaje conceptual desarrollado por el teórico y político italiano y el material sobre el que aplicaba las distintas ciencias políticas (es decir, los sujetos políticos, los sujetos de la praxis política) o bien el ejercicio de un pragmatismo respecto a las modas intelectuales del contexto en el que se desenvolvían. Entre el espectro de las distintas interpretaciones a las que hacemos referencia – y que probablemente debieran ser abordadas en mayor detalle, muy en particular las que se han dado en España – se encuentran aquellos que lo revindicaban desde una perspectiva oportunista que, desde posiciones contrapuestas, intentaban instrumentalizarlo para reforzar el contenido teórico de algunas de las estrategias políticas de aquel momento. Entre estas podemos mentar la utilización ad hoc que Santiago Carrillo hacía de Gramsci en su ya famoso libro-tesis “Eurocomunismo” y Estado (Ed. Crítica, Barcelona 1977) en el que se buscaba esbozar las líneas generales a través de las cuales el PCE debía marchar ante las nuevas condiciones sociopolíticas que se habrían en España. Pero, por otra parte, como bien señala José María Laso:
«[…] es curioso que el ex jefe del gobierno español, Felipe González, se haya decidido a participar en un congreso de estudios gramscianos que han organizado en Cagliari (Cerdeña) sus nuevos amigos del PDS. En todo caso, se puede pensar que el estrecho pragmatismo de González se sitúa en los antípodas del refinado pensamiento teórico de Gramsci. No es esa la situación del ex diputado socialista Ramón Vargas Machuca –que realizó su tesis doctoral sobre la obra de Gramsci– ni siquiera la de Alfonso Guerra, que supo utilizar el pensamiento gramsciano para, al menos, llevar a cabo la operación que Gramsci denominaba «transformismo». Es decir, la captación de dirigentes de los partidos adversarios, o competidores, para descabezarlos, como hizo el partido de los moderados con el Partido de Acción durante el “risorgimento” italiano»4
La consideración de la totalidad de la obra de Gramsci nos permite desbordar las miras de los temas concretos para descubrir tras ellos una particularidad que le diferencia de otros autores marxistas, que lo orienta en una nueva dirección. En Gramsci se desarrolla una concepción particular de las diversas ciencias y de la distinción que entre ellas existe. Gramsci es, a nuestro parecer, inseparable de su concepción de la política. La preocupación filosófica que inspira los trabajos de Gramsci brota esencialmente del material político-social de su tiempo (con los sujetos gnoseológicos que se corresponden con los sujetos de la praxis política y de la organización de este material). Y no podría ser de otra manera pues, como señalaba Cepedal: «toda la filosofía materialista tiene que tener como objeto de reflexión este material estructurado categorialmente por debajo del cual se tallan las Ideas filosóficas5». Sería puramente ideológico cualquier intento de conceptuar la realidad como si los conceptos fueran meramente un reflejo de esa realidad. El «análisis concreto de la realidad concreta» sólo tiene un valor metafórico, pues los conceptos utilizados en el análisis son previos de alguna manera a esa realidad y la conforman6.
Así, Gramsci reaccionaba – en frase de Togliatti – «contra las consecuencias negativas de una concepción pedante, mecanicista, del marxismo y del proceso mismo del movimiento obrero» muy arraigada entre los mencheviques rusos y que encontraría en Kautsky su máxima expresión. Gramsci luchó así contra ciertos enfoques de la filosofía marxista y de la concepción de las ciencias políticas. Se enfrentó al reduccionismo económico de Plejanov y sus colegas socialdemócratas occidentales quienes tachaban de utópica toda praxis revolucionaria. Su reivindicación del papel de las superestructuras (y en particular el de las ciencias y la tecnología) en la reorganización de la base ha querido ser visto en muchas ocasiones como un reduccionismo del las estructuras objetivas a lo subjetivo, al papel determinante del sujeto. Este enfoque ha sido probablemente exaltado por muchos de los que se consideran sus seguidores, tendentes a circunscribir las concepciones que Gramsci tenía de la política a sus propias vivencias subjetivas y desgranándolas del material al que eran aplicadas. Para nuestro autor, la labor esencial residía en encontrar los nexos orgánicos necesarios para que los grupos de intelectuales en la periferia del proletariado unidos al proletariado tradicional engranaran operativamente con las acciones revolucionarias de las masas. Esta perspectiva se enfrentaría brutalmente con el teoreticismo althusseriano que definía el materialismo histórico como… «la historia de la producción de conocimientos, en tanto que conocimientos»
Desde nuestra perspectiva, estaríamos de acuerdo con G. Bueno en que la importancia no estaría tanto en estas supuestas adiciones que Gramsci haría al sistema marxista sino que
« […] habría que hallarla en el hecho de que la perspectiva filosófica de nuestro autor desplazaría el “centro de gravedad” de la axiomática del materialismo histórico a un lugar ontológico que de algún modo le es previo – no, naturalmente, en sentido cronológico – a las posiciones entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la base y la superestructura. Este lugar es, en palabras de Gramsci, la Historia »7
En Gramsci se desplegaría la “vuelta al revés” (Umstülpung) que Marx hace de Hegel: la transposición de las relaciones de orden que se dan entre las partes del sistema, en particular las de Naturaleza y Espíritu (que definiría al Materialismo Dialéctico) y las relaciones entre el Espíritu Objetivo y el Espíritu Absoluto 8 (que definiría – pero no constituiría – al Materialismo Histórico). De este modo Gramsci representaría la interpretación de esa vuelta al revés de Hegel como el desplazamiento del “centro gravedad” de la Historia hacia el lugar ontológico al que Hegel llama Espíritu Objetivo y que se superpone tanto a la “cultura” como a lo “superorgánico”. Cabe señalar que tal desplazamiento del eje de gravedad del Materialismo histórico (de la historicidad hacia la historia de la conciencia colectiva donde esta conciencia seguiría siendo universal pero determinada en el contexto de un pueblo, de una determinación social, pero no del Estado en sentido hegeliano, sino en una clase, que atraviesa toda frontera posible) no supone de ningún modo un decantamiento hacia las superestructuras – salvo que adoptáramos de principio una perspectiva naturalista – dado que partimos del momento en el que tanto la base como la superestructura están formando parte del sistema del devenir. Tampoco puede ser considerado este desplazamiento como una recaída en el Espiritualismo – o idealismo – ya que lo que venimos denominando como Espíritu Absoluto es una construcción material (ontológico-especial) del mismo orden al que pueda pertenecer, por ejemplo, el “vegetal” o el “animal vertebrado”. Así pues, el concepto gramsciano de Bloque histórico designaría a un tipo de unidades históricas que se constituyen “por encima de las voluntades individuales” pero que no pueden ser entendidas mecánicamente como un simple “reflejo” de la base económica que precisamente se organiza en el propio proceso histórico y no previamente a él. Si consideráramos al concepto de Bloque histórico al margen de una idea similar a la que del Espíritu Objetivo estamos desarrollando quedaría reducido a un mero concepto descriptivo viéndonos arrastrados, por la fuerza misma del concepto, a lugares a los cuales seguramente no quisiéramos llegar.
Revindicamos así lo sugerentes y “potentes” que pueden resultar las concepciones gramscianas como puedan ser las tesis sobre la organización del movimiento obrero a través de la organización consejista (dado que el Partido no es de clase, estos consejos – frente al sindicato que era concebido como una forma de organización de los obreros, no ya como productores, sino como asalariados, como «vendedores de una mercancía llamada trabajo» – servirían para organizar a la clase en el lugar de producción disolviendo la escisión productor/ciudadano sobre la que la clase dominante reproduce la ideología dominante) y que más tarde él mismo corregiría dando así lugar a sus posteriores desarrollos sobre la idea de partido político como príncipe moderno. Asimismo hay que destacar las aportaciones de nuestro autor a las políticas lingüísticas, al estudio de las ideologías, de los intelectuales u otros muchos conceptos que aportó a las categorías políticas.
Sin embargo nos vemos obligados, de partida, a negar las formulas del estilo de «la vigencia del pensamiento gramsciano». Cabe matizar esto para no caer en malentendidos. Negamos tal concepción de la vigencia de la filosofía de Gramsci como negaríamos la de cualquier otro autor. Negamos los intentos, en muchas ocasiones malintencionados y tendentes a buscar la mera justificación de su posición – intelectual o laboral – a través de la especialización y posterior reivindicación en tal o cual autor. Esta labor de nuevos exegetas del marxismo debe ser rechazada frontalmente por ser esencialmente antidialécticas. La aplicación dogmática (independientemente de las “reflexiones” y “reinterpretaciones” con las que se pretenden encubrir en muchas ocasiones estos intentos) de los postulados de una determinada teoría cae, inevitablemente, en el adecuacionismo desde el que se pretende definir la verdad científica en relación a la correspondencia entre las construcciones teóricas de las ciencias y el material empírico constitutivo de sus campos de análisis. Se estarían convirtiendo, en cierta medida, los axiomas científicos en postulados. Las Ideas, los conceptos, “brotan” y se construyen a partir de esos propios materiales que constituyen las ciencias políticas (el sujeto político, las clases sociales, etc…) pero, ante todo, del conflicto, de los procesos dialécticos que se produce entre dichos materiales. Desde esta perspectiva es desde la que debemos revindicar al sistema materialista como una verdadera filosofía (frente a las falsas filosofías, aquellas que pretenden simular ser un sistema filosófico) y como una filosofía verdadera (una cosa es la verdad formal de la tesis en cuanto a su estructura y otra muy distinta, la realidad del fenómeno). La verdad o “vigencia” de todo el utillaje conceptual gramsciano no puede más que demostrarse a través del ejercicio político y se conformará de una u otra manera, a través del proceso dialéctico con la materia de la que es producto y que, a su vez, pretende organizar. Del intento de ajustar la realidad a una determinada teoría, como señalábamos, y a lo que ello conduce conocemos muy bien en nuestro Partido aunque seguramente nos pudiera hablar de forma mucho más extensa Santiago Carrillo y su “triunfante” eurocomunismo.
Así pues, el ejercicio del materialismo no consiste en aplicar mecánicamente los postulados de Marx, Engels, Lenin o cualquier otro teórico del marxismo, sino que consiste en ejercitar dicho materialismo sobre la base que es el correlato real de las ciencias políticas (el sujeto político operatorio constituido colectivamente a través de las clases sociales). Las condiciones económicas, productivas, científicas, tecnológicas etc… el material que constituye las categorías políticas se han reorganizado en nuestros días radicalmente (lo que no quiere decir que haya cambiado esencialmente) como para poder hacer tal ejercicio de escolástica9. Se trataría pues de ponderar en qué medida ha variado el marco material, del marxismo clásico, y si estos cambios son tales que determinen la no adecuación de algunas concepciones tradicionales del marxismo para conceptuar la situación actual.
En definitiva, el ejercicio del propio materialismo – y en el caso que nos atañe, de las concepciones filosófico-políticas de Gramsci – y de todo su utillaje intelectual, en el propio proceso dialéctico que se da en el transcurso de reconfiguración de los fenómenos del presente dará lugar, queramos o no, quieran sus seguidores o no, a unas nuevas tesis. Cuando los problemas revisten una seriedad y un fondo como los que suponen los cambios productivos, tecnológicos, científicos, sociales, etc… hemos de ser muy prudentes. Las cosas, en la historia, casi nunca han venido por donde los marxistas las esperábamos, casi nunca vienen las cosas en la historia por donde está el puesto del cazador con la escopeta a la espera de la presa. La historia no solamente es caprichosa, voluble. Marcha, por decirlo vulgarmente, por los caminos que ella quiere, no por los caminos que les trazan los ideólogos. Hegel decía – hablando de la dialéctica de los procesos históricos – que la historia avanzaba por el lado malo, lo llamaba la ironía de la historia. Nuestra filosofía, como sabemos, no es el marxismo utópico o caprichoso de unos cuantos predicadores, sino el marxismo que tiene su fundamento en los pilares de la historia y de las estructuras sociales.
Con todo esto estamos con Gramsci y la problemática que nos plantea para la instauración del socialismo en los países capitalistas industrialmente desarrollados, en las llamadas “democracias avanzadas”. Con todo esto estamos con Gramsci, con Marx, en que el socialismo, el materialismo, es el último ideal universal – en cuanto que es capaz de dar cuenta de los fenómenos del presente de forma fina y certera – con todos los problemas que nos ha enseñado y obligado a plantear, que pide a gritos su superación (dialécticamente, superación e incorporación) porque sus ideales son evidentemente, y lo seguirán siendo, los ideales de cualquier persona consciente y moral.
NOTAS
1 Gustavo Bueno, «El “Materialismo Histórico” de Gramsci como teoría del “Espíritu Objetivo”» en José María Laso: Introducción al pensamiento político de Gramsci. Gijón: Asociación Cultural Wenceslao Roces (Colección Edición Popular, n.º8), 2004, p. 11-12
2 Op. cit. p. 12
3 Francisco Fdz. Buey, Leyendo a Gramsci, Barcelona, El Viejo Topo, 2001, p. 8.
4 José María Laso, «Perspectiva actual de Grmasci» en el periódico La Nueva España, 11/06/1997
5 Si esta tesis del materialismo filosófico es verdadera, no será válida tan sólo para éste caso, sino para toda filosofía. Toda filosofía se nutre de este material, aunque voluntariamente no se conciba a sí misma de este modo ya que «no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino su ser social el que determina su conciencia»
6 José Manuel Fernández Cepedal, «Ensayos sobre ”marxismo / leninismo / eurocomunismo” I. La “Dictadura del proletariado”», en Revista El Basilisco nº 8, primera época, 1979, pp. 26-37
7 Op. cit. p. 12
8 Por cuestiones de claridad, estamos considerando aquí el concepto de Espíritu Objetivo como la historia de la conciencia colectiva entendida como la manifestación del Espíritu – o Razón – de un determinado pueblo (Volkgeist) plasmada en un modo concreto de vida ética (histórico-cultural). El Espíritu Absoluto, como el momento en el cual el Espíritu – o Razón – habrían asimilado las fases anteriores – Espíritu Subjetivo y Objetivo – apropiándose de todos los momentos que recorre. La totalidad ha devenido espíritu y ahora “todo lo real es racional”. Ha sido muy común la identificación del idealismo de Fichte o Kant con Hegel por el hecho de que en todos ellos – contrariamente a la tesis de Marx por la cual es el ser social el que determina la conciencia – la conciencia (definida como Yo o como Espíritu) es la que determina el ser social. Sin embargo, desde nuestras coordenadas, el concepto de conciencia que manejan Fichte y Kant y el de Hegel media una diferencia que consideramos fundamental que corresponde con una interpretación sociologista del espíritu de la que carecía la filosofía kantiana. El espíritu, la razón, ya no es universal y monótonamente igual para todos los hombres (según el ideal ilustrado del que Kant era partícipe) sino que ahora éste se manifiesta en el Estado, más concretamente en el Estado alemán. Sigue siendo universal pero está por así decir determinado en el contexto de un pueblo, de un estado.
9 Para poder hacerse una ligera idea de cómo ha ido evolucionando en España la sociología de clases no tenemos más que atender, entre otras cosas, a los trabajos que durante casi cuarenta años ha venido desarrollando en diversos ámbito Daniel Lacalle
Carlos González Penalva (Asociación Wenceslao Roces, diciembre 2005)