domingo, 6 de julio de 2008

Semana Republicana 2007




Estimados compañeros, camaradas,

Nos encontramos aquí y en muchísimos otros lugares de España reunidos para conmemorar el 76 aniversario de la IIª República Española. Juntos, rendimos homenaje no sólo a los insignes protagonistas, sino a todos los hombres y mujeres que durante aquéllos años, y los que siguieron, lucharon por una sociedad más avanzada, más justa, mejor. De su labor, de su sacrificio, todos debemos sentirnos deudores.

O eso es lo que el capital y la reacción desearían que fuese, la conmemoración de una fecha simbólica para nostálgicos, para historiadores y jóvenes revoltosos. No es así. El fenómeno político y social que supuso la IIª República no es la centralidad de estos actos, concentraciones y reivindicaciones que se vienen efectuando a lo largo de la semana en toda la nación. La Segunda República no es el objetivo de nuestra actividad, es el referente más cercano que tenemos en España de lo que pudo haber sido el proyecto político de una democracia cuyo fundamento se encuentre asentado en la racionalidad política, económica y social, en definitiva, cuyo fundamento sea la equidad económica y social.

La IIª República inundó de esperanza los corazones de millones de obreros y campesinos. En el horizonte, se vislumbraba un futuro muy distinto de la España feudal y caciquil que había sometido a tantas generaciones de españoles: Frente a monarquías y dictaduras, República y democracia. Frente al yugo clerical, Estado laico. Frente al analfabetismo y la ignorancia, educación para todos. Frente a la explotación, derechos laborales. Frente a los grandes terratenientes, reforma agraria…

La socialdemocracia y la derecha del presente – ambas abrazadas bajo el paraguas del mismo modelo de producción capitalista – han intentado por más de 25 años difundir la idea de que la transición supuso la vuelta de la democracia al pueblo español que por 40 años le fue usurpado por el fascismo franquista en santa alianza con la burguesía capitalista y la iglesia. Intentan hacernos olvidar que la supuesta democracia de raíz burguesa y liberal en la que hoy vivimos no es nieta de aquella república, sino que es hija de las fuerzas reaccionarias articuladas en torno a los fascismos en auge de la época que truncaron por la acción violenta aquel huracán republicano de transformaciones políticas y sociales.

La socialdemocracia y la derecha del presente intentan hacernos creer que la transición española y por ende, su “democracia” había nacido “sin sangre”, olvidan convenientemente toda la trágica historia de luchas, martirios, torturas, sacrificios, del heroísmo del pueblo español. Las manos de Suárez, González y sus secuaces, manos expertas en manejar la pomada, el perfume, habían presentado la criatura ya limpia de sangre y bañada en agua de rosas. Aquellos hombres, “que sabían tanto de historia” no podían olvidar tan de repente la de España que ellos venían a continuar. Y no la olvidaban, lo que hacían, lo que hacen nuestros gobernantes, no es sino traicionarla. Cuando la socialdemocracia y la derecha política y económica dicen que “la democracia” vino sin sangre quieren decir que no se hacen solidarios ni se sienten deudores del enorme caudal vertido por el pueblo español en sus luchas contra la reacción. Ellos no gobiernan para ese pueblo luchador, gobiernan para “toda España” entendiendo por esto los años de toda España: terratenientes, banqueros, obispos y generales. Las enormes posibilidades que la transición abría para la transformación de la sociedad y el estado español las sacrificaron aquellos y estos gobernantes a la que era si máxima ambición: hacer que la reacción, que durante la República había sido expulsada de su viejo caserón de la monarquía, se sintiese tanto o más a gusto en el nuevo y flamante edificio al que denominaron democracia. Los campesinos y obreros que habían dado sus votos y su sangre a la construcción de una democracia real y efectiva siguieron y siguen sin tener tierras, hambrientos, analfabetos y pisoteados por el cacique y el patrón, por el cura y el banquero y fustigados por los que son sus siervos, nuestra clase gobernante. Los obreros que eran la vanguardia del movimiento por la democracia y que seguían siendo su más firme puntal luchando por sus legítimas aspiraciones de mejoramiento efectivo de sus condiciones de vida, han tenido que arrastrar, como siempre, las iras del patrono, el despido, la cárcel y las palizas de las comisarías.

La centralidad de los actos, como decíamos, no se limita a celebración, al homenaje y al sentido recuerdo. Tales son los tributos que se le rinden a un muerto ilustre. Hoy, aquí y en muchos otros lugares, todos nosotros prestamos voz a las aspiraciones de transformación social que las clases dominantes han acallado durante tanto tiempo, temerosas de que el murmullo se convierta en grito capaz de quebrar sus privilegios. Ni la represión ideológica y cultural, de pensamiento único, de asesinatos, de torturas, de vesania desatada contra republicanos y comunistas, podrán aplacar nuestras ansias de transformación económica, productiva, política y social. Tal es nuestra fuerza, tal es nuestra convicción.

Compañeros, camaradas: la República está viva pues sus aspiraciones están presentes. Debemos avanzar juntos hacia la constitución de una III República Española que garantice, formal y materialmente, la igualdad económica, política y social de todos los ciudadanos. La igualdad de derechos y deberes de todos y cada uno de los españoles, según sus necesidades, según sus capacidades.

Para aquilatar el valor de las palabras y de las ideas políticas, para desentrañar su sentido efectivo y real, debemos seguir aquel sano consejo que nos invita a juzgar a los hombres, a los pueblos y a los gobernantes, no por lo que dicen sino por lo que hacen. Cuando hablamos de democracia vinculada al proyecto republicano que aquí estamos revindicando no estamos apelando ningún concepto vago, engañoso como si de un reclamo o señuelo se tratase. Decimos construir un estado democrático porque la democracia no es una idea pura que viene a posarse sobre el mundo. No tenemos, como quieren vendernos nuestros gobernantes, un déficit democrático – porque lo que no tenemos es democracia más que unas condiciones mínimas para asegurar la reproducción de la fuerza de trabajo–. La democracia se construye en la práctica, superando en el ejercicio la contradicción capital trabajo, porque la contradicción verdadera que hemos de recuperar no es la de izquierda – derecha en el marco del capitalismo, sino la oposición entre capitalismo y socialismo.

Para conseguir esto debemos luchar juntos por construir un estado democrático. Pero atención, porque democrática también llaman a esta España presente. Decía el camarada Roces que las palabras, como las ideas adquieren y pierden o pervierten su significación según el uso que de ellas se haga con arreglo a su proyección social. Y es sabido por todos que la palabra y la idea de democracia ha sido manejada no pocas veces en la historia como manto ideológico para encubrir mucho contrabando. Hoy, como antes, se explota la palabra democracia para verter hediondas desnudeces, para engañar y desorientar, para llevar a los hombres y a los pueblos a la matanza, a la esclavitud y la alienación, al servicio del imperio del capital.

No asumir la constitución de una IIIª República en estos términos, ante todo, de igualdad económica, es, sin duda, defender los intereses de las clases dominantes. La defensa, por ejemplo, de la posesión de la tierra por parte de grandes terratenientes, que en nuestro país no sólo no son expropiados, sino que son objeto de homenajes y distinciones como la que recibió la duquesa de Alba, quizá por su firme contribución a la explotación de cientos de miles de jornaleros. La defensa, también, del poder absoluto que la burguesía monopolista y sus aliados ejercen sobre la economía y la política de nuestro país, sin que los ciudadanos podamos hacer otra cosa que sufrir en nuestras carnes sus balances de cuentas, sus déficits y sus caprichos.

El deseo, la voluntad de transformación social, deben recibir una forma orgánica y ser encauzados en una organización sólida y fuerte. Una organización capaz de integrar el ímpetu de cada uno en la praxis revolucionaria de todos. Sabemos que la reacción es fuerte, quizá más fuerte que nunca. No podemos repetir los errores del pasado. No podemos volver a caer. Nuestro entusiasmo y voluntad, reflejados hoy aquí, serán estériles si no los encuadramos en la acción organizada. Recordemos las palabras de Gramsci: «Las ideas, sin organización, no están vivas.»

Compañeros, camaradas, sellemos en éste día tan significado nuestro compromiso con la consecución de una sociedad justa e igualitaria en lo económico, en lo político y en lo social. Nuestro compromiso con la construcción de la III República española, del socialismo.


Salud y República.