lunes, 7 de julio de 2008

La Antipsiquiatría como ideología (I)

por Carlos González Penalva

Realizar un breve comentario sobre ese movimiento que ha venido denominándose antipsiquiátrico en un artículo de estas características resulta tarea arduo complicada, máxime cuando se constituye de un conglomerado de ideologías complejas y de muy distinto orden. Por ello, pendiente de un estudio colectivo y más desarrollado, huirémos aquí de la exposición descriptiva y doxográfica. Podríamos definir estas palabras como conspectivas, que buscan abrir el campo y construir una nueva realidad sobre el tema de cara a nuestra actividad política e intelectual, fundamentalemente en una comunidad – Asturias - que, teniendo menos de un millón de habiantes, consume más de dos millones de antidepresivos al año. Tal fenómeno exige, cuanto menos, una somera reflexión. Presentamos, por lo tanto, una pequeña guía problemática, crítica (en tanto que clasifica y distingue) que pueda ofrecer al lector unos ejes cardinales que bien puedan ser abordados con mayor profundidad que los que aquí se van a exponer. El desarrollo de este escrito será, pues, el de una dialéctica circular, cada paso que se de será una rectificación de otras alternativas que proceden de sus propios resultados pues estos son, de entre las alternativas posibles, los que nos obligan a darlo. Se busca por lo tanto, realizar una “media entre el mapa y el terreno”.

Perspectiva Histórica de la antipsiquiatría

En la mayoría de los textos, entrevistas y declaraciones a las que hemos podido acceder suele fijarse la eclosión doctrinal de la antipsiquiatría con la publicación de la obra de Cooper en 1967 Psiquiatría y antipsiquiatría. Si bien puede aceptarse que la denominación de antipsiquiatría como homogeneizadora de la corriente es atribuible a Cooper, cuesta mucho más fijarlo como origen de ella. Es decir, si bien el término conforma una amalgama de experiencias y propuestas en torno a la psiquiatría, el nominalismo no supone ni constituye las realidades, los fenómenos, que desembocan en ella y mucho menos da debida cuenta de su origen. Para evitar caer en la trampa de las palabras, en un nominalismo vulgar, deberemos intentar trazar y distinguir los distintos procesos que confluyen y constituyen la antipsiquiatría con el fin de construir un mapa medianamente claro que nos facilite el análisis.

El movimiento antipsiquiátrico supone la unificación nominal por confluencia - errónea, como veremos más adelante - de diversos procesos históricos, disciplinares, políticos, ideológicos, económicos o productivos que difícilmente pueden considerarse comunes salvo grosso modo. Los diversos procesos que confluyen en la antipsiquiatría a los que haremos referencia, podrían estereotiparse en dos grandes grupos, sin perjuicio de que en cada uno de ellos pudiera exigir una subcatalogación y que, además, ninguno de estos pueda considerase como categoría pura. Se trata construcciones complejas y susceptibles de ser cruzadas. Los dos grandes grupos (procesos constituyentes de la antipsiquiatría) que se presentan a continuación debieran considerarse como los elementos fundamentales de una tabla periódica de la antipsiquiatría. Por otra parte, esta clasificación estaría realizada al margen de las voluntades de quienes lo componen. No estarían enclasados tanto por lo que manifiestan sino más bien por lo que hacen, por su raigambre sociológica y su relación en los procesos de producción y desarrollo de la psiquiatría y las relaciones de esta con las realidades políticas, sociales y productivas con las que se ven coordinadas.

Primer Proceso Constituyente. Este primer proceso constituyente sería de carácter interno, gremial y disciplinar. Estaría constituido por los propios científicos y profesionales de la psiquiatría así como las disciplinas relacionadas con ésta como pueden ser la biología, la bioquímica, la psicología, etc... Hay que tener en cuenta dos aspectos fundamentales que terminan por cristalizar a finales de la década de los años cincuenta y principios de los sesenta que tienen que ver fundamentalmente, por una parte, con la ciencia como fuerza productiva y, por otra, con el papel de los científicos o profesionales de las ciencias en las relaciones de producción. El científico, el profesional de las ciencias, ha cambiado sustancialmente tras la Segunda Guerra Mundial. No se trata ya del genio ermitaño que, sentado a la sombra de un árbol o en el oscuro onanismo de las probetas, es alumbrado por las musas y declara su aportación a la acumulación y desarrollo del saber de la humanidad. En la guerra mundial aparecen fundamentalmente ligados al desarrollo de las tecnologías productivas y armamentísticas en los tres bloques hegemónicos de la contienda (Unión Soviética, Alemania y Estados Unidos). La ciencia se muestra y conforma como fuerza productiva ligada a los estados (políticas científicas) y a sus intereses nacionales sean estos políticos, sociales o productivos (o todos ellos a la vez).

Como bien señalaba Carlos París: "La ciencia deja de ser el empeño de una minoría más o menos desarraigada para constituir la actividad institucionalizada de un sector crecientemente numeroso de la población activa. Su función e imagen se alteran decisivamente. Independientemente de la conciencia que los científicos se forjen de su propia labor y misión, la ciencia se impone como algo determinante de la vida humana y como un factor que interviene decisivamente en el conflicto social en una doble vertiente: conflicto entre clases y conflicto entre estados nacionales. Tal reorganización de la actividad científica podría resumirse en:
  • La integración de la actividad del científico investigador no ya en la genérica comunidad científica, sino en una muy concreta y visible colectividad, físicamente unida y sometida a un disciplinado régimen de trabajo. Se cifra en una quinta parte de la población activa la población activa dedicada a tareas de investigación. Es una inmersión en la masa y la organización que nos recuerda al perfil del trabajador rural cuando se convirtió en proletario.
  • La expropiación del medio de trabajo en ciertos sectores. La subordinación de los medios de fabricación, instrumentos por razones financieras a instituciones económicas, militares y estatales que determinan la iniciativa y destino final de la producción científica.
  • División y especialización del trabajo. Análogamente al modo en el que Marx hablo de la aparición del trabajador colectivo, subsume en su totalidad la actividad de los trabajadores individuales a través del trabajo en serie y cuyo superior rendimiento se apropia el empresario. Podríamos señalar así la aparición del investigador colectivo, del cual el investigador individual es solo una pieza y que, a veces, en la práctica de este, se reduce a recogida de materiales y datos elaborables a niveles jerárquicos superiores. La aparición, pues, del trabajador científico como asalariado."
En este contexto, además, se produce la reorganización ideológica del mito de la raza que se daba antes de la guerra en el mito ideológico de la ciencia y la eclosión de una corriente basada en la genética que en 1975 se denominará como sociobiología (reducción de las conductas sociales a fenómenos biológicos, fundamentalmente genéticos). En el ámbito de la psiquiatría se produce un fenómeno similar al de la sociobiología en lo que se denomina como biopsiquiatría o psiquiatría biológica. En reacción a los postulados, aplicaciones y prácticas que, relacionados a los desarrollos de la biología en la psiquiatría, se constituye un movimiento contra la hegemonía ideológica presente en la psiquiatría. Así se constituiría, internamente a la psiquiatría, un primer proceso constituyente de lo que conformará la antipsiquiatría. Rechazan en lo fundamental la conversión de la psiquiaría en una práctica medicofarmacológica, la reducción biologicista de la psiquiatría. Las condiciones biológicas condicionan pero no determinan, sino que estaría actuando sobre las diversas patologías factores de carácter ambiental.

Segundo proceso constituyente. Este segundo grupo comprendería dos tendencias exógenas a la psiguiatría como disciplina científica, pero relacionadas con las prácticas psiquiatrícas (crítica a la medicalización por sus consecuencias sociales, las prácticas de los centros psiquiátricos, etc...). Tras la segunda guerra mundial, en la década de los cincuenta y sesenta se produce un fenómeno de expansión de los postulados socialistas a través de dos espacios, el de las instituciones políticas y sus representantes (los partidos comunistas gozan de amplia representatividad política y social) y a nivel popular en la lucha por las libertades ciudadanas. En el desarrollo de la antipsiquiatría deben tenerse en cuenta estas dos tendencias, las relacionadas con las plataformas políticas y el caso de 68 francés. Este segundo proceso constituyente de la antipsiquiatría no es de carácter homogéneo ni mucho menos y es necesario establecer distinciones en su seno relacionados con sus orígenes, sus propuestas y sus objetivos finales. El fundamento común es la valoración que hacen de la práctica de la medicalización psiquiátrica y de los usos de los internamientos psiquiátricos pero cuya distinción fundamental se ve apuntalada, primero, por el análisis de la función de estas prácticas y al sujeto al que va dirigido, segundo, con la solución que se propone al fenómeno que una determinada corriente hegemónica (la psiquiatría biológica) hace de la psiquiatría. En virtud de ello las clasificaríamos entre posiciones individualistas y posiciones colectivistas.

En cuanto a la función de la psiquiatría ambas perspectivas coincidirían en la valoración de su papel represor pues la reclusión psiquiátrica es el paradigma de una represión legitimada por el saber-poder psiquiátrico. Los problemas psiquiátricos no tendrían que ver ya con lo orgánico sino con la relación entre el sujeto y su entorno (laboral, social, familiar, etc...). No se niega la existencia de la enfermedad mental, sino que se matiza y señala que gran parte de ellas tendría que ver más bien con una “enfermedad institucional”, con las propias estructuras del Estado. El internamiento psiquiárico supondría, desde estas perspectivas, la apropiación de la actividad del individuo, de su espacio y de su tiempo originando así alienación legal al expropiarse los derechos civiles más básicos a los internados. Sin embargo, entre las posiciones que podríamos denominar como colectivistas y entre las individualistas mediaría una diferencia esencial que tiene que ver con la propia idea de sujeto y su relación con la sociedad. Desde las posiciones colectivistas, arraigadas principalmente en las estructuras tradicionales del movimiento obrero (partidos comunistas, sindicatos) el fenómeno de la psiquiatría hegemónica está vinculado naturalmente a las estructuras del Estado y al modelo de producción capitalista. El análisis que se realiza desde coordenadas colectivistas tiene que ver con la función de las instituciones psiquiátricas en las relaciones de producción (así como de otras como pueda ser la industria del consumo), en la alienación de los trabajadores y en la consecución del control social de los ciudadanos. De esta forma, el sujeto no tendría entidad en si mismo sino en tanto que pieza de un colectivo, definido por su papel en el modelo de producción capitalista (trabajador, asalariado, proletario) cuya fuerza de trabajo es controlada ya no solo a través de la expropiación de su fuerza trabajo, sino también como fuerza motriz para la transformación de esta sociedad hacia otro modelo político, social y productivo. Así, muchas de las “patologías” catalogadas como enfermedades mentales no tendrían nada que ver con cuestiones orgánicas, biológicas, sino que son consecuencia de la explotación capitalista a la que se ven sometidos los trabajadores. La psiquiatría en su vertiente medicalizadora, no sería distinta de otras estructuras del Estado en tanto a su función social alienadora y represora. De tal análisis derivan sus objetivos. No se trataría tanto, de modificar la propia estructura de la psiquiatría y sus instituciones, como de cambiar la estructura que genera esa práctica psiquiatrica, cambiar el modelo de producción para terminar con esas situaciones catalogadas como patologías. Esta perspectiva reivindicaba tras de si diversas experiencias por las cuales el socialismo, como superación del capitalismo, habría demostrado sus tesis y eficacia. En la URSS se había iniciado el proceso de desinstitucionalización de las estructuras psiquiátricas (que ideológicamente pretendía demostrar que muchas de las llamadas patologías eran endémicas del capitalismo) y que se vio detenido por Stalin. En Cuba, en 1959 con el triunfo de la Revolución Cubana se nombra Director del antiguo Hospital de Dementes de Cuba (Mazorra) al Doctor Eduardo B. Ordaz Ducungé quien junto a un grupo de colaboradores cambió la concepción sobre los enfermos mentales. Convierte el hospital psiquiátrico, con un Servicio de Terapia Ocupacional y Rehabilitación, dotado de amplias y confortables naves talleres, en las cuales los pacientes – orientados por terapeutas- realizan distintas actividades de acuerdo con el nivel de rehabilitación en que se hallan ubicados y el perfil ocupacional diseñado por un estudio multidisciplinario de las capacidades reales y potenciales del enfermo, vocación, etc. Se crea, por otra parte el Sistema Nacional de Salud sistema único e integral y el Ministerio de Salud Pública como requisito indispensable para el establecer y controlar los aspectos normativos y metodológicos vinculados con la promoción, prevención y recuperación de la salud, la formación, perfeccionamiento, y superación de los recursos humanos. Se creó el Subsistema de Salud Mental que enmarca todas las actividades relacionadas con la Psiquiatría y la Salud mental y se crearon el grupo nacional y provincial de Salud Mental.

Por otra parte, las posiciones de carácter individualista compartirían el enfoque sobre el papel de la psiquiatría, la medicalización de la sociedad y las instituciones psiquiátricas, sin embargo, difieren radicalmente en los objetivos como consecuencia de la concepción de sujeto que se estaría barajando, El sujeto se concebiría como una individualidad relacionada con otras, condicionada por ellas pero con entidad propia y distinta. Se trataría de una perspectiva esencialista del sujeto donde lo que predomina es el YO enajenado de demás estructuras sociales, políticas, económicas y productivas. Tanto la medicalización como las instituciones psiquiátricas serían estructuras enajenadoras del YO (de clara influencia kantiana). Así, muchas patologías sería resultado del propio internamiento psiquiátrico y no el tratamiento para ellas. El internamiento, en lugar de tratar patologías generaría enfermos crónicos dependientes al apropiarse del propio desarrollo y actividad del sujeto y enajenándolo de si mismo (enfoque que se plasma en Alguien voló sobre el nido del cuco) a través de prácticas como electroshock, privaciones (sensoriales), lobotomía, etc... Así, sus objetivos y soluciones para el mismo problema, estarían en las propias instituciones psiquiátricas y no tanto en la base y superestructura del la sociedad. Así, se plantean la reforma integral del tratamiento psiquiátrico que inhibe el desarrollo del sujeto por otro modelo de reinserción y terapia local y comunitaria. Si se considera que el ambiente psiquiátrico no es terapéutico sino que más bien induce nuevas patologías, es preciso terminar con dicho ambiente.. Si la esquizofrenia tiene su origen en las relaciones familiares contradictorias (como señalaba R. Laing) ¿qué sentido tiene el internamiento para su tratamiento? Y si acaso, el tratamiento fuera efectivo en ese contexto ¿será igualmente válido cuando sea reinsertado en el ambiente perturbador?. Además de la perspectiva de cierre de los Hospitales psiquiátricos, si bien es necesario, exige el planteamiento de nuevas terapias de carácter social y comunitario, fundamentalmente orientadas a la sustitución de la psiquiatría por la psicología de diversa índole (social, relacional, comunitaria, familiar). Existen diversas experiencias enmarcadas (pero no reducidas) en esta perspectiva. Muchas de ellas en Estados Unidos a través de “consejos”, “apoyo social”, “grupos de autoayuda”, “intervención en crisis” muy vinculadas a los movimientos contraculturales, hippies que, en algunas ocasiones, terminaron por reproducir, sin la presencia de psicólogos, la más perniciosa de las psicolgizaciones, convirtiéndose en producto de consumo tan rentable económicamente como inocuos políticamente. Además, se propondrá la reforma arquitectónica de los Hospitales Psiquiátricos a través de reagrupaciones de internos, “comunidades terapéuticas”. Así mismo se habren las puertas de los Hospitales Psiquiátricos (open doors) y se crean nuevas instituciones antipsiquiátricas como la Philadelphia Association (iniciativa de Cooper) y se funda el Kingsey Hall en pisos y caserones (centros psicosociales).

En consecuencia el proceso de constitución del movimiento antipsiquiátrico resulta bastante difícil, salvo por solidaridad frente a terceros, considerar que pueda tratarse de un grupo homogéneo con planteamientos y objetivos comunes. Como señalábamos confluyen en él posturas propias del gremio de profesionales científicos de la psiquiatría con otras perspectivas sociales y políticas. Es decir, desde esta perspectiva, es imposible mantener la tesis de la unidad en el ámbito de la antipsiquiatría. De hecho, tal principio de unidad ni siquiera puede considerarse dado en el terreno de la psiquiatría ya que esta estaría constituida por diversas corrientes opuestas, las más de veces, entre si. Cabría hablar así, de psiquiatrías, en plural, con diferentes presupuestos doctrinarios de entre los cuales habría una tendencia hegemónica (psiquiatría biológica) en su seno y cuyo éxito estaría asentado, fundamentalmente, en haberse cubierto bajo el manto de la “neutralidad científica”. En el ámbito de la psiquiatría cabría plantearse si tal corriente es verdaderamente científica o si por el contrario, a través de un reduccionismo biologiscista, estaríamos hablando de una ideología imperante en el terreno de la disciplina psiquiátrica. La biopsiquiatría estaría operando como una pseudociencia al incorporar, por una parte, toda una gama de denominadas patologías en un mismo espectro. Por otra parte, por la reducción de que toda patología es de carácter biológico sobre lo cual se fundamenta el principio de medicalización social. Sin embargo, en el caso del trastorno depresivo, es difícilmente demostrable la posibilidad de ejercitar el reduccionismo biológico. Según las estadísticas - y el parámetro de lo que es considerado como trastorno depresivo - el 80% de las cajeras de supermercado sufre baja por depresión. Según la biopsiquiatría cabría deducir la tendencia que ciertas personas, poder determinante biológico, tendrían de ir a parar con sus huesos a la caja de un supermercado, pero en ningún caso plantea la relación de las condiciones de trabajo con el desarrollo de trastornos de carácter depresivo. Es decir, si bien no pueden ignorarse los condicionamientos biológicos en el desarrollo de cierto tipo de enfermedades y trastornos, tan solo deben considerarse como eso, condicionantes, dado que la manifestación tiene más que ver con contextos de carácter ambiental que lo biológicos. Por otra parte, el elemento unificador que se denomina como antipsiquiatría tendría que ver más con su oposición a la psiquiatría imperante que a una unidad de presupuestos, objetivos y soluciones.

Corolario. 

Como hemos venido apuntando a lo largo de este texto, la apropiación disciplinaria (la disciplina y sus instituciones relacionadas) se encontraría ligada estructuralmente al origen de la antipsiquiatría. Sin embargo, para poder realizar un análisis riguroso de los contenidos de la antipsiquiatría que se establezca a una escala no metafísica, que nos permita permita dar cuenta su la alcance en el terreno político, de los movimientos sociales, la negación inicial en la que ponemos el punto de partida que la antipsiquiatría ha tenido respecto de la “psiquiatría convencional” (convencional en tanto que supone la hegemonía de una determinada escuela o corriente psiquiátrica sobre las demás, en este caso la psiquiatría biológica o biopsiquiatría) es preciso regresar mucho más atrás del lugar en el que se dirimen las oposiciones entre los conservadores psiquiatricos (o convencionalistas) y los llamados progresistas (antipsiquiatricos).

Es necesario regresar a la representación del espacio en el que se desenvuelve, en tanto que totalidad ideológica y que comprende, en su ejercicio, multitud de partes socializadas (grupos, clases, instituciones, naciones, etc...) en las cuales tal totalidad pueda considerarse re-partida (territorial, políticamente e institucionalmente, enfrentada con otros grupos, naciones, etc...). Dicho de otro modo, la psiquiatría no tiene como correlato una “entidad originaria” que pudieramos poner en “el principio de la historia de la disciplina”. La psiquiatría, generalmente entendida, supone una totalización (tomar la parte por el todo), confusa y muy poco distinta en cuanto a sus partes. La “totalidad ideal” de la psiquiatría es una construcción llevada a cabo desde alguna parte de esa totalidad que ha conseguido dotarse de la fuerza suficiente para enfrentarse a todas las demás partes. A esta parte, a la cual se oponen las antipsiquiatrías, está hegemonizada por la psiquiatría biológica o biopsiquiatría. Tampoco debe suponerse a priori que esta capacidad “imperialista” solo pueda corresponder a una única parte y no a más de una simultáneamente.

Como apuntábamos, resulta necesario introducir la idea de “apropiación originaria” como orientación fundamental en el seno de la psiquiatría. La importancia de esta concepción de apropiación es el momento en el que se introducen las relaciones entre el paso de apropiación a la propiedad y este paso tiene lugar, precisamente, a través del Estado. La apropiación, en el terreno de la psiquiatría, se manifiesta como apropiación institucional de las estructuras relacionadas con la psiquiatría. Pero tal apropiación, origen de la “propiedad de la disciplina” tan solo puede darse a través del Estado ya que éste es el fundamento por el cual la “mera apropiación” se convierte en “propiedad” en sentido jurídico. Sólo a través de él la psiquiatría puede ejecutar su voluntad legisladora. Y esta propiedad institucional es siempre una relación particular (privada), sin perjuicio de que un Estado pueda mantener también propiedades particulares públicas. La apropiación, la “propiedad” de la psiquiatría biológica sobre la disciplina psiquiátrica y las instituciones relacionadas con ella es “originaria” y es en este terreno donde la psiquiatría deja de poder ser considerada como una disciplina científica para tornar en ideología. El Estado interviene en los años 60 en el proceso de reorganización de la disciplina y de las instituciones psiquiátricas (ver legislación española de los 80 referida a las enfermedades mentales, centros psiquiátricos, manicomios, etc...). Pero, siendo dialécticos, el Estado ¿no ha “expropiado” del terreno de la psiquiatría a los demás grupos sociales, clases que podían ocupar posiciones dominantes, no ha hecho una apropiación de aspectos y espacios que podían haber sido objeto de otras sociedades políticas? Tan solo desde esta perspectiva, desde el marco de la dialéctica de clases propia del materialismo clásico, y reincorporando la dialéctica de estados, de sociedades políticas, podemos hablar de la psiquiatría y por ende de la antipsiquiatría. Tan solo, a nuestro juicio, a través de esta dialéctica, la antipsiquiartía alcanzaría su significado histórico y no meramente sociológico.

El fenómeno de las antipsiquiatrías ha servido para desvelar una serie de contradicciones e ideologías dominantes en el terreno de las psiquiatrías que deben ser incorporadas a todo análisis riguroso. Fundamentalemente ha demostrado que muchos de los trastornos psicóticos son consecuencia de factores ambientales, sociales y no orgánicos, es decir, de la relación del sujeto con el entorno político, social y productivo. Por lo tanto, muchas de las propuestas para la resolución de tales trastornos son ineficaces en tanto que no se dirigen al origen y contexto del problema. Aún menos cuando se medicalizan a personas para solucionar un trastorno que no está en lo orgánico, sino en lo social. De este modo, la psiquiatría convencional estaría funcionando como una estructura de represión y control social de la ciudadanía con el fin de sostener la eutaxia social.

Sin embargo, una parte del movimiento antipsiquiátrico que ha sobrevivido hasta nuestros días junto a gran parte de sus propuestas a terminado por ser incorporado a la propia estructura que criticaba. La crítica de estos movimientos y su propuesta de reestructuración de los centros psiquiátricos ha sido utilizado como justificación para la reestructuración del sector y como afianzamiento de la biopsiquiatría. La confluencia de las tésis sobre la inefectividad de los centros psiquiatrícos como terapia de trastornos mentales sumada a las prácticas farmacológicas de la biopsiquiatría afianzó que el Estado abrazase una de las principales críticas y propuestas antipsiquiátricas: la reestructuración y cierre de los centros psiquiátricos y el cambio de paradigmas terapéuticos. El viejo tratamiento psiquiátrico resultaba mucho más caro que los modelos terapéuticos antipsiquiátricos, que aún sigue resultando caros con un novísismo y baratísmo tratamiento farmacológico. Si el trastorno es de carácter individual y relacionado con el entorno social, pero no con un problema estructural del modelo de producción, nos encontramos con la convergencia involuntaria de los antipsiquiátricos individualistas y la biopsiquiátria. El paciente será tratado individualmente en su casa, en su entorno familiar, y apoyado con fármacos. El Estado, de este modo, no se hace responsable de las consecuencias que el modelo estructural tiene sobre el individuo y se libera de una gran carga económica que suponían los Hospitales psiquiátricos. Así, se produce una mercantilización del trastorno mental, por una parte, privatizando este aspecto de la atención sanitaria y encubriendo este proceso con el discurso antipsiquiátrico de la ineficacia, inhumanidad y represivo que eran los tradicionales Hospitales Psiquiátricos, por la otra, permitiendo la intervención “humanitaria” de las farmacéuticas en el proceso de terapia. Se ha fomentado así el traspaso de la psiquiatría en psicología, se pasa de tratar “anormales” a atender a “todo el mundo” a través de la medicalización de la vida cotidiana como efecto de la psicologización de los procesos estructurales al trasladar el eje de gravitación de los problemas del sujeto como parte de una clase integrado en las relaciones de producción a individualizar e interiorizar el problema. Como señala Castel, (La gestión de los riesgos) la psiquiatría, al aplicarse a todos los sujetos de una sociead, acaba transformándose en una forma de control y gestión de aquellas poblaciones (inmigrantes o alcohólicos pero también determinados sectores de la producción sobreexplotados) que pudieses suponer un riesgo para el orden social establecido.

Si bien muchas de la propuestas antipsiquiátricas eran bien intencionadas, su excesiva tendencia al individualismo, su falta de perspectiva en la profundización de los problemas que se estaban tratando y las causas de estos así como su tendente gremialización alejándose de otras plataformas que pudieran haber sido solidarias, han terminado poor hacer de esta una ideología del sistema que envuelve y potencia lo que en otro tiempo se denunciaba.

Esto no impide, sin embargo, que ha día de hoy deban calibrarse y replantearse el rumbo de muchas de las cuestiones que se plantean en el marco de la antipsiquiatría, pero exige un cambio en la estrategia y en la propia táctica. Si bien deben plantearse con cierto rigor propuestas medias (vale, llamémoslo reformas) que permitan poner freno a la medicalización social (cómo puede ser que en una comunidad como Asturias con menos de un millón de habitantes se consuman más de dos millones de antidepresivos) nunca se debe perder el referente por el cual las posiciones dominantes en el seno de la psiquiatría no son más que una parte de una estructura mayor, global y compleja profundamente arraigada en las relaciones sociales de producción y en el propio modelo de producción imperante.